jueves, 25 de septiembre de 2014

Puzzle

El corazón. Como siempre, me precipité al pensar que el corazón material era lo importante. Mi naturaleza humana me empuja a valorar las cosas materiales. Las hadas lo detestan... empiezo a entender por qué.

Más allá de los muros de este laberinto está la libertad. Concepto que ahora mismo me importa bien poco. Me siento tan libre aquí dentro, con tantas cosas que aprender sobre Wueron... Ahora que he dado con la clave tengo vía libre para marcharme.


No es el corazón, lo que Wueron anhela, no es la sangre, ni la crueldad que denota el haberlo arrancado del cuerpo que ama. No son los tejidos y venas que lo forman lo que le importa al Príncipe de la Escarcha. El hada no se preocupa por la materia, no. 

Se preocupa por el concepto.

Mi puzzle no le ofrecerá el simple corazón de un simple servidor suyo. Será el corazón del ser que ama. Y no para que no pueda poseerlo. El príncipe no valoraría esa trampa, incluso sería un insulto... Le voy a regalar la desesperación. Lo que más abraza en la vida: El anhelo, la nostalgia de que nunca más podrá tener aquello que le es amado. De esta forma le hago el regalo más valioso que se le ha hecho... Tristeza. Aún así, ni siquiera le regalo tristeza.

Mi puzzle le ofrecerá la vacuidad. La ausencia de sentimientos. Su amor, su rabia y su desesperación encerradas dentro de una caja que nunca jamás podrá ser abierta. Es el recipiente que helará en el invierno más salvaje lo poco que al príncipe le quedaba por sentir.

Necesitaré algún tipo de metal extraordinario para encantar el puzzle, quizá la piel de un animal magnífico, quizá de una bestia, como un dragón o una gorgona... y tendré que construir un mecanismo tan sofisticado que... creo que buscaré en la antigua ingeniería Arkosiana para dar con el adecuado. Algo que sustente el corazón de la doncella sin que se deshiele, ni se pudra. Algo que aguante la abrasadora lava de un volcán en erupción sin derretirse y el helado soplido de una ventisca polar sin quebrarse.

Necesitaré de toda mi voluntad, más de mi ingenio y probablemente del trabajo de otros. Quizá tenga que contratar a un ayudante de dedos hábiles para construirlo, porque puede que, tras salir de aquí, mis dedos no sean los que eran... por lo menos los de la mano derecha.

Empiezo a sentir el entumecimiento, aunque noto los pequeños movimientos que realizan mis secuaces sobre mi piel. Los engranajes se superponen y las pequeñas mangueras que transportarán el vapor que me hará volver a moverme después de muerto queman todavía, aunque cada vez menos. La placa que coloqué en mi pecho ha sido asimilada por el resto de mi cuerpo, y la inflamación ha remitido, dejando paso a piel sobre metal.


Los sonidos, chirriantes, de mis nuevas articulaciones son algo molestos, aunque creo que me acostumbraré a ellos, y se acerca el momento de entregar a Wueron lo que le prometí a cambio de salir de aquí. "No saldrás vivo de este laberinto" Dijo con palabras tan afiladas como el viento del invierno, que corta los labios y seca la piel.

Me levanto, contemplando mi última obra, a la que solo le falta el último toque de ingeniería. El complejo entramado de engranajes y pequeños motores de vapor que forman la base de mi nuevo ser descansa sobre mi mano izquierda, que aún mantiene su humanidad. El brazo derecho cuelga inerte, no funcional hasta que mi corazón sea sustituido por mi nuevo motor. Voy a estar muerto el suficiente tiempo como para salir de aquí, y terminar de fabricar el maldito regalo del Príncipe de la Escarcha.

Me puedes encerrar, pero si es necesario, moriré y resucitaré para cumplir con esta obra. Mi obra maestra. Los pequeños constructos que me rodean me miran con curiosidad, listos para que les de la orden de empezar.

Cierro los ojos y me tumbo en una losa cubierta de enredaderas congeladas, aunque a veces frías, a veces calientes. Es todo lo que necesito. Respiro una vez.

Respiro dos.

Respiro tres veces.

-Adelante.

Oigo el metálico sonido de los pequeños pies de mis constructos correteando de un lado para otro. Oigo el orgánico sonido de mi piel siendo diseccionada y siento el punzante dolor de mi carne siendo separada de mi cuerpo. Oigo el retumbante sonido de los latidos de mi corazón, una vez, otra vez... otra vez.

Y cuando dejo de oir ese sonido, todo se vuelve negro.