viernes, 31 de octubre de 2014

Diario de Hazañas (05-10-2014). Parte II: De borracheras y usurpadores.

Cuatro días en las entrañas de la tierra. Ahora sé como se pudo sentir el viejo capitán Ish-Mael cuando fue tragado por el dragón blanco de mar en lo más inhóspito del océano. La obsesión por cazar a la bestia le llevó a su interior y ésta era la sensación de respirar de nuevo el aire fresco de la superficie, después de abrirse paso a cuchillo desde el interior.

Estar en la boca del lobo es estimulante, especialmente cuando eres capaz de tener varios puntos de vista. Por una parte, el aprendizaje sobre el campo es incalculablemente valioso. Por otro lado, las reacciones que el cuerpo de uno mismo tiene a estímulos como el miedo, la sensación de peligro y el hecho de estar en un sitio que detectas hostil... es fascinante. Fascinante.

En todo caso, hemos vuelto a Nido de Honor. Qué bien respirar aire fresco, después de tanto tiempo bajo tierra... Las tabernas siempre acogen bien a los aventureros recién llegados. Saben que las barrigas vacías les llenan, paradójicamente, sus salones. Aunque también les vacían los calderos. Y a los enanos no muy vivos, les vacían la paciencia y los bolsillos. Pero aún no he llegado a eso.

Cuando me uní a mis compañeros, en la Cola Espinada, Mosh'Urk estaba inmerso en una partida de Escamas y Reyes, aunque teniendo en cuenta cómo jugaba el elfo que sostenía las cartas a su derecha, debería llamarse Escamas y Escamoteados. Se estaba dejando ganar. Me acerqué a Linngan y me senté. Los dos enanos sentados al frente empezaban a sudar la gota gorda. Y no es una expresión, alguna pareja de Wyverns que mostraron tenía la tinta corrida.

Los chicos acababan de visitar el distrito de Tan'Akraen, dejando al pobre prisionero al que rescatamos de los duérgar bajo los cuidados de Kuldan, que se encargaría de que sobreviviese. No lo consideré probable, pero me decanté por confiar en los clérigos de Nido de Honor. Traían alguna noticia más de interés, como la misteriosa desaparición (Aunque se comentaba que había muerto) de uno de los nobles de Tan'Akraen, un tal Rofz'furrk. Ya nos preocuparíamos mañana por estas cosas, hoy se celebraba nuestra vuelta a la civilización. Así que beberíamos hasta perder el sentido o, quien sabe, hasta encontrarlo. Pedí que me repartieran cartas en la siguiente ronda, decidido a darle una lección al elfo, si podía ser con su propia medicina, así que me dejé perder las primeras rondas. 

La primera silla que pasó volando por encima de mi cabeza, no la vi pasar, y cuando me di cuenta, la Cola Espinada era un pequeño campo de batalla lleno de barbas cubiertas de sangre. Recuperé una jarra que iba a ser lanzada de la primera mesa que encontré hacia la salida y, como medida cautelar, me bebí su contenido. Mosh'Urk se había sumado a la batalla campal. Miré a Linngan, buscando algún tipo de explicación a lo que estaba sucediendo. El eladrín se encogió de hombros mirándome con una sonrisa, se dio la vuelta y siguió contemplando el espectáculo, divertido. A veces me siento más identificado con esas hadas de lo que me gustaría. Seguí bebiendo y supuse que aquello sería una tradición en Nido de Honor. El noble arte de la pelea tabernaria.

Después de superar el desafío de Iorgon y convencerlo de que abandonara su cubil, los asuntos terrenales resultan menos importantes. Si fuera más joven y un poco menos sabio hubiera entrado en la reyerta a romper un par de huesos. Supongo que hablar con un ser tan poderoso te hace madurar. Aunque sea un poquito.

Cuando la guardia apareció por la taberna, la algarabía se dispersó, y los cuatro descerebrados que seguían atizándose acabaron siendo reducidos y llevados a sus nuevas "suites" en el cuartel de la guardia. Nosotros dejamos atrás esa parte de la ciudad y nos fuimos a dar una vuelta. La noche era jóven.

La vimos envejecer e incluso morir.

No descansamos ni una hora, y ya estábamos de camino a Nido del Rey para comunicarle a Kas'Far las nuevas noticias. Durante la caminata, algo llamó mi atención, alguna suerte de aparato había salido del distrito de los puentes, y sobrevolaba el acantilado sobre el valle. Me quedé de piedra, una extraña máquina sobre la que había leído mucho, y a la que no había prestado, según parecía, toda la atención que merecía. Alguien volaba sobre un Ornitóptero

Nos cruzamos en la puerta de palacio con Rak'ahula, el orgulloso comandante de la guardia de los Puños de Piedra. Algo sucedía en el ambiente, había algo de inquietud, algo de intranquilidad. Un dracónido ataviado con una capucha de cuero obedeció una rápida orden de Rak'ahula. Tensó su arco y disparó en un rápido movimiento, alcanzó a un cuerpo encaramado a una de las murallas de Nido del Rey. Cruzamos miradas Linngan y yo, atónitos. Mosh'Urk no pareció sorpendido. Otra maldita tradición dracónida.

Las escuetas palabras del comandante antes de dejarnos pasar fueron "Los enemigos están en todas partes, especialmente en nuestra ciudad".

En la sala del trono se encontraba Kas'Far, como de costumbre. Sak-rafi a su derecha. Nos dio la bienvenida con su siseante voz, más de Iguana que de dracónido, si es que las iguanas pudiesen hablar.


-Bienvenidossss... *Sigh* ...de nuevo, hérrroes de Nido de Honorrrr... ¿Qué nuevas trrrrraéis? -La forma de arrastrar las erres de aquél ser me ponía algo nervioso, pero su indudable sabiduría me hacía respetarle de una forma inusual.

-Los Duérgar poseían un paso en las profundidades que unía su reino subterráneo con las catacumbas de Nido de Honor.-dijo Mos'Urk con gran ceremonia.- El puente fue destruido, los Duérgar no os molestarán, su alteza

-Patrullaban la zona cercana a las tumbas de los Baol 
-añadió Linngan- y de paso destruimos un altar en el cual invocaban a Diablos desde su plano, en nombre de un tal Asmodeo. Eso tampoco será un problema.

Miré a Mosh'Urk, que me sorprendió por su humildad, al no presumir en absoluto de nuestro encuentro con Iorgon, ya que fue gracias a él realmente que el dragón decidió abandonar su cubil.

-Mosh'Urk ha cabalgado el viento y la tormenta sobre Iorgon. El dragón está listo para apoyar la causa de Nido de Honor de nuevo, como en la antigüedad.- dije

Kas Far frunció el ceño, en una mueca que no era de aprobación. Más bien molesto, aunque a la vez aliviado.

-La vuelta de Iorgon significa el... *sigh* ...fin de mi reinado.

De pronto lo comprendí bien. Kas Far no quería gobernar sobre Nido de Honor. De alguna manera había acabado siendo su responsabilidad. Aquellos que hablaban de su falta de liderazgo, y de su poca eficacia como comandante militar... así como de su falta de honor... No tenían ni idea. Ese dracónido estaba sacrificándose desde hacía años gobernando una ciudad que no quería gobernar. Manteniendo el flujo comercial activo, atendiendo los problemas mundanos con asuntos que un militar ni siquiera se molestaría en leer. Kas Far era el honor hecho carne, y lo peor es que nadie lo valoraría nunca. Estúpidos ignorantes... Intenté convencerle... y convencerme a mí mismo, de que la llegada de Iorgon se produjo bajo su reinado, pero las redes de la mala fama de Kas Far hacía tiempo que estaban tejidas por los orgullosos nobles dracónidos, y poco se podía hacer para romperlas.

Un ruido ensordecedor precedió a una amalgama de guerreros entrando en las dependencias reales. A su cabeza, un enorme y orgulloso señor dracónido, cuyas escamas refulgían con destellos azules a la luz de las antorchas. Su presencia hizo que las estatuas gigantes de los antiguos reyes perdieran majestad. Kas'Far se levantó de su trono con perplejidad. Otro guerrero de aspecto ilustre miraba hacia nosotros, resuelto. Sus escamas eran grises... Un Lengua de Ceniza. Rak'ahula había sido apresado, y uno de los esbirros de escamas azules del líder amenazaba su vida con una daga apuntando al cuello.

-Ha llegado el momento, Kas'Far el Verde. Entrega el trono y se te perdonará la vida. -dijo el dracónido, con voz cavernosa y potente- serás tratado como un prisionero importante y no se te humillará ni maltratará.

Kas'Far se había quedado de piedra, como si esperase esto y no tuviese intención de pararlo o de defenderse. Mosh'Urk habló.


-¿Quién sois, en nombre de Kord? -preguntó mientras se giraba y echaba mano de su hacha.

-Soy Garond, señor de la casa de los Dedos Bravos. Vengo a recuperar el trono de Nido de Honor, y nadie podrá impedírmelo.

-¿Recuperar? -repliqué.- ¿Recuperar, o usurpar? -La redundancia siempre fue una buena manera de hacer hincapié en algunos conceptos.

-Kas'far es débil. Se avecinan tiempos de guerra y alguien con capacidad para el mando debe hacerse cargo del trono. Los Lenguas de Ceniza, junto con su líder aquí, Rofz'furrk y el resto de nobles del consejo apoyan y refuerzan mi brazo para tomar el mando y hacer la guerra contra Nido Venganza. De otro modo, seremos destruidos por sus tropas.

-Los alta escama siempre dando discursos... -se quejó Mosh'Urk, cuyas manos se abrían y se cerraban, deseosas de sentir el tacto del mango del hacha y la adrenalina de la batalla.

-No sé quien eres, pero será mejor que te apartes... y tus amigos también, si no queréis salir mal parados. -El porte del dracónido era imponente, y su amenaza era seria.- las cosas se van a poner muy feas por aquí.

-Soy Mosh'Urk Baol, alta escama -Al parecer, la amenaza no había hecho mella en la resolución de Mosh'Urk- Señor de la Guerra, héroe de Nido de Honor. Causa de la caída del Dragón Azul. Kas'far está bajo mi protección, y ningún usurpador le dañará mientras yo esté vivo. -Mosh'Urk desenvainó su hacha y plantó los pies firmemente en el suelo. Su estampa era aterradora.

-Mosh'Urk ha cabalgado sobre Iorgon y ha vivido para contarlo -supuse que a alguien tan orgulloso como Garond le impresionaría.

-¿De veras?- preguntó él.

-Cabalgué sobre el dragón atravesando el fuego enemigo y la tormenta. Los relámpagos besaron mi piel -Mosh'Urk se llevó la mano a sus recientes cicatrices.

-Muy bien. Esta pelea será entonces recordada -añadió Garond, desenvainando su espada.

La pelea fue muy rápida. Algunos dracónidos rodearon a Mosh'Urk, que los mantuvo a raya con habilidad, esquivando y parando golpes, encajando algunos otros. Su resistencia no tenía límites. Algún día se estudiarían sus tácticas en las escuelas de Nido de Honor.

Mientras, los dracónidos restantes avanzaron hasta la zona elevada donde se encontraban los tronos, en los que Sak-rafi y Kas'far no daban crédito a sus ojos. El líder de los Lengua de Ceniza, escoltado por dos dracónidos grises más se acercó a mi lentamente. Algo no era normal en aquél ser. Su cara parecía cambiar de color y forma con cada paso que le acercaba a mi.

El caos se apoderó de aquella sala. Allá donde mirase había gente combatiendo, los braseros habían caído derramando las piedras candentes por el suelo, Lingan efectuaba su danza de la muerte, más espíritu que cuerpo, dejando tras de sí un reguero de sangre de usurpador. Su espada centelleaba como un rayo y los que osaban hacerle frente caían presos de la magia de hielo, que los convertía en témpanos vivientes incapaces de moverse, ni siquiera para intentar taparse sus sangrantes heridas.


Cuando el terrible golpe de Moshurk resonó en las paredes de la sala del trono, Garond había caído inconsciente a sus pies, los dracónidos habían parado de pelear y volvimos nuestras cabezas al trono. La cabeza de Kas-Far yacía al borde del escalón que separaba los niveles de la sala, meciéndose lentamente aún por efecto del impulso en un charco de sangre que goteaba al nivel inferior. Sak-rafi se hallaba sentada en el trono, con los ojos mirando al infinito y un puñal clavado en el pecho. No parecían haberse defendido del Lengua de Cen... No. Aquél no era el lengua de ceniza, que había pasado junto a mi como una exhalación minutos antes. Su cabeza, de un color oscuro y sus grandes ojos negros sin pupila, ni iris nos miraron desde lo alto del trono de Kas Far, donde el cuerpo aún caliente del monarca aún expulsaba borbotones de sangre, cada vez en menos cantidad a medida que su corazón dejaba de latir. 

Habíamos fracasado.

El Doppleganger dio dos pasos al frente mirándonos fijamente e hizo una mueca. Algunos podrían decir que aquello era una sonrisa. Aquél ser había tomado la forma de un conspirador, entonces cobró sentido lo que nos habían dicho por la mañana, acerca de la desaparición del tal Rofz'furrk. Rebusqué en mi memoria acerca de las historias y documentos que había leído acerca de los doppleganger y recordé un artículo que leí en cierta biblioteca que hablaba de las habilidades de los Doppleganger. Sus servicios eran realmente caros. Contratados para trabajos de asesinato de alto nivel. Tomaban la forma e incluso las costumbres de gente cercana a sus víctimas, tratando así de incriminar a un tercero y, de paso, viviendo una vida que, de hecho, no tenían. Aquellos seres solitarios vivían el vacío emocional de un ser sin identidad, que solo era "alguien" cuando tomaban una forma que no era realmente la suya. Qué triste modo de vivir.

La criatura se dio cuenta entonces de que había cometido un error. La única salida estaba obstaculizada por mi brazo mecánico, la afilada espada de Lingan y la mortal hacha de Mosh'Urk. Le observabamos en silencio mientras los secuaces de Garond soltaban las armas, rindiéndose ante la amenaza de ser despedazados por Mosh'Urk. Intentó correr, pero será algo que no describiré pues no quiero herir la sensibilidad de nadie. Digamos que no consiguió alcanzar la puerta.

Rak'ahula, que había sobrevivido al combate protegiendo a su rey hasta el final, se encontraba junto al cadáver de Sak-rafi, con los ojos anegados de lágrimas, intentando parecer digno. Lo consiguió. Nos miró y negó con la cabeza, y entonces nos miramos entre nosotros. Había que llevar a Sak-rafi al templo con Kuldan, quizá allí encontrásemos una solución.

Recorrimos las calles de Nido de Honor tan rápido como nunca habían visto, con Sak-rafi oculta en mi carromato, a salvo de las miradas de los curiosos. Al llegar al templo, Kuldan nos miró con preocupación. No hizo falta decirle nada. Se llevó a Sak-rafi al interior de aquella sala iluminada por el sol del mediodía, que emitía una luz cegadora, cuasi sobrenatural. "Esto llevará un tiempo" murmuró antes de cerrar las puertas. Teníamos cosas que hacer.

Los hombres de Rak-ahula habían apresado a Garond el Usurpador, y lo tenían encerrado en una de las mazmorras de Nido del Rey. Las húmedas paredes parecían brillar a la luz de las antorchas. Los reflejos anaranjados cubrían los muros con un aspecto fantasmagórico. El moho cubría las ancestrales baldosas de aquél baluarte Arkosiano que había sobrevivido al paso de los años, siendo prácticamente lo único que quedaba en pie del antiguo imperio de los Dracónidos. Garond estaba allí, en medio de toda esa estampa, con el azul de sus escamas refulgiendo y sus ojos amarillos mirándonos con desafío.

No nos dijo mucho. Pero le sonsacamos todo. La posición de Kas-Far era genuinamente débil. Los dracónidos de Nido de Honor no pensaban que fuera capaz de dirigir al ejército contra las tropas de Nido Venganza. Los nobles de la ciudad reunieron a una camarilla y conspiraron. Los llamados Alta Escama planearon un golpe de estado. Estúpidos. Por suerte, estábamos allí. Si Nido de Honor quería un líder fuerte, tendría un líder fuerte. Mosh'Urk.

Aún teníamos trabajo que hacer. Había una conspiración que destapar, y había que conseguir el apoyo de los nobles de Nido de Honor a la causa de Mosh'Urk. el mejor comandante que la metrópolis podía tener para hacer frente a las tropas de Nido Venganza.

martes, 28 de octubre de 2014

Diario de hazañas (28-9-2014). Parte I: un puente a la oscuridad

Linngan degolló a su nervioso adversario. Era rápido, pero a veces hacía movimientos innecesarios. Era todo lo que él necesitaba. Un golpe más veloz que cualquier anticipación, y de la herida seca del cuello del elfo albino no brotaba ya sangre, sino escarcha. Se giró hacia sus compañeros, al borde del precipicio que daba a la lava.

Mosh'urk reparaba en las heridas de Viktor. Su cara era pálida, y parecía mareado. El veneno de los elfos oscuros corría por sus venas.

- Tranquilos, me pondré bien – decía con voz lenta y temblorosa. - Nada que mis injertos punzantes no puedan filtrar.

- Claro que te pondrás bien – respondió Mosh'urk con voz grave. - Estos desdichados no eran gran cosa. Probablemente intentaron aprovechar nuestro momento de respiro mientras atravesábamos el puente. Oportunistas. Pero mis ganas de partir cráneos de enano infecto siguen intactas.

Sombraoscura volvía de entre los restos de un grupo de elfos. Le habían visto quitarse la máscara, pero de nuevo tapaba su rostro.

- Son más que eso, me temo. Son como yo. Rawin estaba en lo cierto. Hay más.

No estaba nervioso, pero sí pensativo. Los cuatro revisaron los doce cuerpos, y siguieron la marcha.

Según indicaba el mapa del explorador duérgar, pronto debían encontrar el canal que unía las dos grandes cavernas. Pero no parecía haber sendero hasta allí. Mosh'urk fue el primero en llegar, y el calor empapaba su rostro al decirles:

- No podemos cruzar por aquí. No hay roca donde asirse. Pero he visto una columna de piedra en medio del canal.

Todos bordearon el repliegue, y desde una repisa de piedra contemplaron la fuerza del magma. Salpicaba una alta isla de piedra justo en el centro del canal, que los duérgar habían dotado de parapetos de piedra, a modo de torre. Dos puentes de piedra negruzca la unían a las cuevas por un lado y, por otro, a lo que el mapa se refería como territorio de los duérgar. Olas de magma hirviente salpicaban la base de la torre.

- Un buen embudo. Apuesto a que si lo derribamos, retrasaremos a los enemigos de mi pueblo – interrumpió Mosh'urk.

- Puedo hacerlo. Un artefacto explosivo. Sólo dadme tiempo – respondió seguro Viktor.

Los aventureros regresaron por el borde del mar de lava en el que los elfos les habían atacado, y encontraron un túnel. Antes de adentrarse en el Bosque del Fuego, intentaron descansar en una tranquila caverna. Sin embargo, la presencia de unos huevos púrpuras del tamaño de un puño grande les alarmó, y más aún los restos babosos de la cueva y unos cascarones abiertos.

- Son gusanos, creo. Quizá serpientes. Seres reptantes. Pueden haber crecido mucho desde que salieron del huevo, pero no sé cuánto.

Tener a Sombraoscura al lado era un alivio en este ambiente. Se desenvolvía como pez en el agua. Lo que no dejaba de inquietarles, especialmente a él, que nunca había estado aquí. Sus ojos no sufrían ningún problema lejos del alcance de las antorchas. Sentía la presencia de otras cavernas cercanas, como pedazos arrancados al gran cuerpo de roca; sentía los pequeños seres vivientes que los rodeaban (hongos, insectos y alimañas), y el aire enrarecido no aplastaba sus pulmones. Ahora percibía una fuerte sensación de humedad. El Bosque del Fuego se abría ante ellos.

Una vasta extensión de setas gigantes les recibía con inquietante calma. Los hongos temblaban incesantemente, mecidos por un viento que sólo a ellos movía. El vapor de agua lo cubría todo, haciendo difícil escudriñar los peligros lejanos. Peligros que ninguno de ellos subestimaba ya. En el mapa podía leerse en una perversión del davek: “cuidado con la Tribu del Fuego”.

Mosh'urk estaba nervioso. No le hacían gracia esos siniestros “árboles”. El calor era insoportable, pero esta vez por húmedo, y a veces había que moverse de costado para atravesar las partes de la cueva más frondosas. Eran muy vulnerables allí. Cuando el camino se hizo impracticable, Mosh'urk desenfundó su hacha y asestó un tajo a un enorme hongo, antes de que Sombraoscura pudiese advertirle. El hongo estalló en una oleada de agua hirviendo, quemando la piel del dracónido. Su doloroso grito le hizo comprender que había puesto en advertencia a todo lo que pudiera esconderse en el pestilente bosque subterráneo.

- Por suerte no son venenosos. Sólo almacenan el agua caliente. Pero es fácil que estallen. Ten más cuidado la próxima vez – dijo Sombraoscura.

Una confusión de gruñidos les sobresaltó. Se escucharon ciertas explosiones a lo lejos, y un sendero de hongos empezó a tambalearse en su dirección. Los aventureros se prepararon, sin saber muy bien a qué se enfrentaban. De repente, se abrieron las setas ante ellos, y un grupo de fornidos salvajes hicieron su aparición. Su piel era de color marrón oscuro, apenas iban vestidos, y blandían toscas armas hechas de madera y piedra. Tenían grandes orejas deformes y puntiagudas, y sus ojos, completamente negros, no parecían mirar a ninguna parte. Sombraoscura comprendió inmediatemente que estaban ciegos. Marcas hechas de forma salvaje con un cuchillo, en forma de llama en sus pechos, les hicieron comprender que eso era la tribu del fuego.

- Urrrgh – habló el más inteligente de ellos, con un collar de dientes al cuello. - ¡Nosotros mataros y comeros!

- Tribu del Fuego – intentó decir Mosh'urk, y por un momento atrajo su atención. - Dejadnos pasar y no os haremos daño.

- Uaurrurgh'ha – decía el mismo. Giraba la cabeza hacia las otras diez bestias, orientando el oído. Algunos echaban espuma por la boca, y entre ellos se peleaban para estar cerca de la acción. - Míos están nerviosos. Nosotros ganas de pelea. UGAA-NA-HAKA!

Y cuando dijo esto, una brutal pelea empezó. Linngan se escabulló rápidamente, mientras Mosh'urk se adelantaba a contener a las criaturas ciegas. Rápidamente empezaron a lloverle golpes al guerrero, y apenas había espacio para luchar. Sombraoscura desapareció en una nube de moscas y libélulas, intentando distraerlos con ponzoñosas picaduras y mordiscos. Viktor cogió distancia para pensar. Había perdido de vista a Linngan.

Sin embargo, en medio de la confusión reinante, algunos de los monstruos desaparecieron. El eladrín estaba haciendo su trabajo. Viktor vio la ocasión perfecta: dos bestias al lado de un enorme hongo de sombrero rojo. Cargó un virote explosivo, apuntó y disparó. Con un sonoro estruendo, la seta estalló, fundiendo la gruesa piel de las bestias con agua flamígera. Entre la niebla vio al eladrín que le sonreía siniestramente. Se volvió para ver como uno de los bersérkers que portaba una enorme hacha de sílex estaba a punto de golpear a Mosh'urk. Un golpe potentísimo con su brazo mecánico lo mandó volando por los aires hasta incrustarlo en el tronco elástico de una seta grande, haciéndole gritar de dolor, el tiempo justo que Mosh'urk necesitaba para blandir su hacha en lo alto y, con un golpe devastador, cercenar el brazo del único que sabía hablar. Ya no había ninguno en pie. Se escucharon gritos, y el bosque de hongos se removió por última vez. Un zumbido de insectos cesó, y de entre las setas volvió Sombraoscura, componiendo su túnica para taparse su descubierto brazo derecho.

No tardaron mucho en salir del bosque, pero las heridas pasaban ya factura. Los túneles habían cambiado: ahora se trataba de pasadizos estrechos pero con techos altos; sin duda, arquitectura duérgar. Encontraron el puente y atravesaron la columna sobre el canal en medio de intenso calor. Las espiras que ascendían les tostaban y secaban la piel. Mosh'urk sacó de la mochila el odre de agua, pero las últimas gotas se evaporaban antes de acariciarle la garganta.

Al otro lado, en una sala cercana, encontraron un montón de cajas y gruesas telas. Linngan se coló por unas escaleras de caracol a curiosear. Para cuando volvieron a verlo, estaba desafiando una puerta de madera. Un chasquido de metal se oyó débilmente. Había roto la ganzúa. Oyeron un diálogo pesado al otro lado.

- Son duérgars – dijo Viktor. - Mejor vámonos.

Los pasillos parecían impracticables. Muchas voces se oían alrededor. Pensaron en improvisar algún disfraz para llegar al otro lado y ver cómo vivían los duérgar o si podían alcanzar las minas rebosantes de esclavos que Mosh'urk les había descrito. Pero al notar una comitiva de pasos en su dirección, su plan original se precipitó. Volarían el puente.

Se escondieron dentro de las cajas y bajo las telas, totalmente a oscuras. Cuando los duérgar aparecieron portando a un pobre hombre encadenado en mal estado, delgado y sucio, con la cabeza afeitada de forma salvaje y hasta con cortes de cuchilla, saltaron sobre ellos. No duraron mucho, y una esfera mágica lanzada por Viktor los frió vivos. El hombre estaba muy débil, y apenas podía hablar.

- Me temo que su destino es este altar en el mapa. Un sacrificio – la voz gélida de Linngan, que raras veces hablaba, no les producía calma. A veces pensaban que hacía mucho tiempo que no le habían oído hacer comentarios inspiradores. Si bromeaba, sus bromas siempre tenían un punto de crueldad.

- Destruyamos ese lugar. Los que pactan con diablos deben pagar sus crímenes – Mosh'urk no tardaba en lanzarse a ajusticiar a sus enemigos.

- Dadme tiempo, joven draco. Fabricaré algo que derribe los puentes. Cuando hayamos asegurado que Nido de Honor estará a salvo, nos enfrentaremos a los corruptos duérgar – les calmó Viktor.

Viktor se tomó su tiempo. Mientras ellos se mantenían alerta, improvisó un artefacto explosivo con lo poco que tenía: una esfera de latón con dos núcleos incandescentes, que al tocarse reaccionarían salvajemente. Pero lo más interesante era una especie de limo negro aislante, magnético, acuoso y pegajoso, que recubría la esfera.

- No es mi mejor versión. Esperemos que funcione. El dovo-drolk debería pegarse fácilmente a la roca. Debemos situarlo lo bastante abajo de la columna, cerca del magma. Cuando se caliente, el blando metal se fundirá, pero espero que antes lo haga el contenido y se mezcle.

- Muy acogedor. Colgarse de una precaria cuerda, cerca de la lava, balancearse sobre ella sin que se queme hasta encontrar un asidero en la pared, pegar ese trasto sin que antes te explote en la misma mano y todo eso rezando para que funcione. Y supongo que ya habéis pensado en alguien, ¿no? - Linngan se mostraba atraído por el reto.

- Eres el único que puede – rió Mosh'urk en una gran carcajada. - Yo te agarraré. Buscad la mejor cuerda, que no se deshilache.

No salió mal. Viktor señaló un lugar bajo la columna de piedra, difícil de alcanzar pero a la vez punto débil de la estructura natural. Mosh'urk confiaba en sus habilidades con las cuerdas. La intensa temperatura era lo único que le preocupaba. Linngan podía desmayarse fácilmente, o el trasto explotar antes de tiempo. Pero después de balancearse con gran sutileza, Linngan pegó el artefacto a la roca. El limo se escurrió de su mano sin dejar una sola marca. No se le oía. Mosh'urk empezó a tirar, preocupado. Cuando Linngan apareció, su cara estaba negra, y delgados jirones de piel se le caían del rostro, llevados por calientes corrientes de aire. Enseguida le dieron agua, pero su lengua y garganta estaban inflamadas. Pronto, como por arte de magia, la hinchazón bajó, y en su pelo había algo de hielo. Mosh'urk le ayudó a apoyarse y los tres retrocedieron rápido a la boca del puente, donde Sombraoscura se reunió con ellos. Había estado vigilando. Por el momento, la bomba no había estallado.

- Estoy bien. El fuego no calienta mis emociones fácilmente – dijo el eladrín.
- Interesante bendición – trató de animarle Viktor.
- No es una bendición. Es parte de mi promesa.

El lugar de sacrificios estaba claramente señalado en el plano. Se situaba al borde del segundo mar de lava, aún más grande que el primero que habían atravesado. Probablemente hubiera una salida hasta el mismo. Dejaron al prisionero descansando, escondido bajo las mantas de un segundo almacén, y se dirigieron con decisión al Altar Ardiente.

El pasadizo se hizo más grande de súbito. El rugido del fuego crepitante reverberaba con fuerza, a pesar de que todo indicaba que se encontraba lejos. Una entonación áspera, pero poderosa, recitaba un cántico monótono imbuyéndolo de una solemnidad oscura. A esta voz grave le siguió una débil y juguetona risa de mujer, y una frase que misteriosamente todos entendieron:

- Está bien, cariño, pero no es necesario que te esfuerces TANTO.

Se encontraban en una caverna embaldosada en la que los duérgar habían dispuesto algunos muros, que no dejaban ver demasiado. Linngan y Viktor desaparecieron rápidamente por la izquierda. Ante Mosh'urk, siempre decidido, se encontraban dos seres de piel de un color carmesí intenso, con cuernos, patas de cabra y una larga cola, calzados en gruesas armaduras que parecían hechas de ardientes piedras negruzcas, y con espadas largas con las que iban rozando el suelo, dejando tras de sí un reguero de sangre. Sabiendo que Sombraoscura le seguiría, se lanzó a por ellos. Los golpes hicieron mella en su dura piel, una vez más, pero los vaivenes brutales de su hacha despacharon a los diablos rápidamente. No era su destreza blandiendo el arma, sino su furia descontrolada, su salvaje virtud. Y así, gritando fuego, atravesó el umbral.

Lo que el capitán vió le paralizó brevemente. Obeliscos de un extraño cristal conteniendo un humo azulado flanqueaban un pozo enrejado en medio de la sala. Más allá, ríos de sangre llevaban la vista hasta una pequeña tarima escalonada, cubierta de despojos humanos, en la cual se alzaba un altar rectangular, con los restos de la última víctima de los diabolistas, sujetas por grilletes con forma de puños esculpidos en plata azul. El muro que lo cubría albergaba un enorme triángulo isósceles, largo, con la punta hacia abajo, dividido en tres triángulos más pequeños: el símbolo de Asmodeo, príncipe de los Nueve Infiernos. A los lados del altar, se veía la enorme caverna en cuyo fondo hervía el mar de lava y, muy abajo y a través de los huecos del suelo, la Fortaleza de las Espiras. Contemplando el impenetrable océano de fuego, una figura baja en una brillante capa roja, con los brazos alzados, recitaba maldiciones, mientras las voluptuosas curvas de un seductor diablo, dándoles la espalda, tentaba sus corazones.



- Pero qué héroes más guapos... - se giró la diablesa. Verla por el frente resultó una experiencia aún más aterradora. Hasta el frío eladrín, escondido entre las sombras, castigado a reprimir sus emociones, notó cómo su corazón casi se le salía del pecho. - ¿Qué habrán venido a buscar? Pero si lo tienen todo... ¿Y no es cierto que es mi señor el único capaz de cumplir sus tan elevados deseos?

El hechizo era poderoso. Con celo por alcanzar al súcubo, vieron cómo la figura que entonaba los cánticos que habían escuchado desde lejos se giraba. Era un duérgar, pero su expresión era inexistente. La cautivación por el diablo era total. Por un momento, todos creyeron poder poseer a la lasciva criatura, y al acercarse, la perdieron de vista. En el lugar donde antes estaba, había ahora otro sacerdote, idéntico al primero. El hechizo cesó, pero una fuerza aún mayor les atrapó por completo. Viktor se dio cuenta de que habían atravesado el símbolo que señalaba el umbral del sacrílego templo.

Mosh'urk fue el primero en caer. Despedazando incansablemente a los férreos guardianes infernales que salían del pozo en legión, sintió cómo su mente se vaciaba. El símbolo del muro, entre vapores de ceniza y fuego, le exigía lealtad. Sujetó con fuerza su hacha y se volvió a sus compañeros que se habían quedado atrás, con una mirada amenazadora.

Sombraoscura trató de contenerle, a la par que sumía a los engendros del pozo en una nube devoradora aún más numerosa que ellos mismos. Viktor trató de acercarse a los duérgar, pero rápidamente los diablos le cerraron el paso. Sólo Linngan pudo acercarse lo suficiente. Y entonces, de repente, el súcubo apareció ante sus ojos. El eladrín quedó paralizado por un momento, y entonces el diablo le besó.

Había ganado, ya era suya para siempre. Aunque su instinto le impedía sucumbir al orden del señor infernal, la lujuria no le parecía un pecado demasiado grave, siempre podría disfrutarla luego. Su mente libre fluía de nuevo, pero a la súcubo se la llevaría con él. Se acercó al altar y, alzando a Sidheoona, trató de partir la roca por la mitad. Pero, aunque el hielo empezó a cubrirlo, no se rompió.

Pronto la confusión era total. El diablo danzaba entre ellos, provocando que se peleasen y la defendiesen. La legión surgida del pozo les infligía poco a poco heridas terribles que ellos apenas eran capaces de notar. Y, cuando no, sentían el poder prometido por el señor infernal. El precio a pagar les parecía razonable: sólo tenían que matar al alquimista, al draco furioso, al elfo de aspecto enfermo. Linngan trataba en vano de liberar a sus compañeros del hechizo. Ellos se iban acercando, bailando la danza de la tentación, y sabía que cuando estuvieran cerca, su amada le reclamaría que le mostrase su valor.

Cuando Viktor estuvo cerca, al borde del precipicio, el hechizo se rompió. El diablo tomó forma de nuevo y, dirigiendo la vista a la Fortaleza de las Espiras, le dijo:

- Fue bonito mientras duró, cariño. Pero todavía tengo muchos hombres que atender.

Y, diciendo esto, trató de empujarlo a una caída mortal. La razón de Viktor reaccionó un segundo antes y, aposentándose en el suelo, recuperó el equilibrio justo a tiempo, quedando arrodillado al borde del precipicio.

- Linngan, ¡hazlo ya!

El eladrín dispensó el golpe. El hielo que cubría el altar, sin fundirse en el acto a pesar del horrendo calor, había penetrado hasta los cimientos. Sidheoona separó su obra, y la roca se partió limpiamente, esparciéndose por el suelo ensangrentado. El hechizo cesó. Sombraoscura recuperó su forma, y Mosh'urk vio al único enemigo que quedaba por decapitar.

- Linngan, no te pongas celoso – gritó socarronamente.

El eladrín se lanzó para impedir el golpe, y salió despedido contra el muro. Sin darse cuenta, había salvado la vida al súcubo. Vieron a la criatura volando sobre el mar de fuego, rumbo al negro ziggurat que los duérgar llamaban la Fortaleza de las Espiras. Una marabunta de voces negras empezó a oírse desde los pasadizos por los que habían venido.

- ¡Corred! - gritó con una voz inusualmente potente el alquimista, comprendiendo lo que iba a pasar. Sombraoscura se había rehecho rápidamente, e iba en cabeza. Linngan, que ya había olvidado sus deseos tan pronto como caen las hojas del otoño, se puso en pie de un salto. Sólo el dracónido y el ingeniero, menos ágiles, corrían desesperadamente. Al cruzar el umbral, siguieron por los pasillos que llevaban a la torre sobre el canal y, en la otra dirección, al Bosque del Fuego. Tenían que evitar que los duérgar les cerraran el paso antes de dejar ese cruce atrás. Si no, no podrían salir. Justo al volver la esquina, los vieron.

Desde la encrucijada se divisaba la columna de roca y, al otro lado y cruzando los puentes, la turba duérgar. Los diabolistas se encontraban ya cruzando y, justo cuando estaban pisando el puente más próximo, un chasquido detuvo el tiempo. Los duérgar se miraron extrañados y, un segundo más tarde, un enorme estruendo sacudió la torre, mandándolos por los aires en una explosión de fuego amarillo y azul. La torre se inclinó, y los que quedaban en ella y no habían muerto abrasados, se agarraron desesperadamente antes de que la estructura venciese y se precipitasen a la lava incandescente. Viktor sonrió estúpidamente, antes de que el techo del pasadizo cayera sobre ellos como una cortina, impidiéndole disfrutar del espectáculo.

No tardaron en llegar al puente que llevaba al mausoleo de los Baol. En silencio y exhaustos, empezaron a cruzarlo, satisfechos por la batalla que habían librado. Pero enseguida notaron que faltaba uno. Se volvieron hacia el extremo por el que habían empezado a atravesarlo. Era Sombraoscura.

- Adiós – les dijo a través de su máscara de madera blanquecina. Ésta era lo único que se podía ver en contraste con la negrura de la boca abierta del túnel por el que habían vuelto.

- ¿A dónde vas? - Mosh'urk, el más preocupado por su marcha, le preguntó por todos. Sabía que, cualquiera que fuera el sitio al que fueran ahora, el misterioso elfo oscuro les sería más que útil.

- Los espíritus me llaman – dijo entre seguro, expectante y preocupado. - Y debo responder. Sus voces se parecen mucho a la mía. Tienen un encargo para mí. Pero cuando lo cumpla, volveré.

Y, dicho esto, la cara blanca se fundió en la oscuridad.

lunes, 20 de octubre de 2014

Agitando el nido

Habían capturado a su presa. El alquimísta, más hierro que carne, mantenía contra el barro al sacerdote de ojos serpentinos, gracias a su pesado brazo. Su compañero dracónido aferraba con fuerza su hacha, mientras se planteaba si debía ejecutar al traidor ahí mismo o era necesario esperar a haberlo interrogado.

Los habitantes de Nido de Honor habían perdido al regente, y el mismo día la máscara del sacerdote había caído. Habían colapsado dos de los últimos pilares que impedían que la ciudad cayera sobre el abismo. Tras la persecución por las calles abarrotadas de niños y ancianos no podrían ocultarlo y pronto los murmullos devorarían los restos de la urbe.

Y nada ocurriría. A nadie le importaría. Algunos añadirían nuevos lamentos a los muchos que ya cargaban y seguirían arrastrando sus miserables vidas sin hacer nada por cambiar el destino de su condenado hogar.

Cuan distinta era Tesala, que había buscado solo la supervivencia. Enemigos la habían asediado a ambos lados de sus murallas, e incluso dentro de ellas, y en ningún momento habían dejado de luchar. Incluso aquellos que habían perdido toda esperanza se habían atrincherando, cobrando cara su vida. Había imaginado que los habitantes del nido serían incluso más fieros, similares a su bravo compañero que era uno de ellos. No podía haberse equivocado más.

Nido de Honor era una carcasa desprovista de toda gloria, cuyos habitantes habían renunciado a cualquier virtud que alguna vez poblara sus corazones. Los poderosos dragones se habían convertido en repugnantes babosas que no hacía más que arrastrarse, voluntariamente ciegas al hecho de que pronto serían todas aplastadas. Incluso habían dejado morir al único entre ellos que había seguido luchando. Habían sacrificado su regente a un dios sin nombre ni rostro, desechando sus esfuerzos por protegerlos.

Aquella visión de decadencia no mejoraba la frustración que había sentido desde la audiencia con el Tirano. Desde que le fue entregada Sidheoona. Ahora la portaba a ella y los demás dones del invierno y nada podía hacer con ellos.

Su plan había llegado mucho más allá de lo previsto. Quiso crear historias para traerlas de vuelta a su pueblo. Sin embargo las historias habían tomado iniciativa propia, precediéndole y creciendo sin su ayuda y lo habían convertido en un campeón entre los suyos a base de mentiras demasiado inquietas para permanecer no contadas. Más no se podía engañar a las Tierras Salvajes. Suyas eran la potestad que le había ungido y las fuerzas que ahora esgrimía, y sin embargo nada había demostrado para merecerlas.

Puede que no se tratara de lo que había conseguido, sino de lo que debía lograr. Para la eternidad no hay diferencia entre lo que ha sido y lo que será. El premio había precedido a la hazaña que se lo otorgaría, nada más. Pero de ser así, ¿qué ocurriría si fallaba? ¿Qué ocurriría si triunfaba?

Una causa que desconocía le había arrebatado la libertad de la que una vez había disfrutado sin que hubiera podido decidir sobre ello. Mientras que aquellas criaturas que se llamaban a si mismas honorables, voluntariamente habían renunciado a toda gloria para volverse esclavos del miedo y la venganza. La carcasa del nido colapsaba poco a poco y los polluelos no hacían más que devorar sus restos.

Entonces lo recordó. Solo la mención de los dragones había agrietado la perpetua expresión del Tirano. El más grande entre ellos había reaccionado solo ante la posibilidad de su retorno. Tal vez aquella fuera la clave.

Ya que a los honorables no les preocupaban sus vidas iba a tomarlas y arrojarlas al abismo de incertidumbre junto al que se balanceaban. Si caían encontrarían una muerte rápida, un acto de misericordia que pondría fin a la larga agonía de una lamentable existencia. Pero si querían evitar su extinción no les quedaba otra opción que alzarse sobre aquellos enemigos que los estaba consumiendo. Si querían salvarse tendrían recuperar su honor. Tendrían que volar.

Podía verlo: un ejercido levantado de sus propias cenizas, contra todo pronóstico triunfando frente a las adversidades que prácticamente lo habían aplastado. Sus corazones estarían llenos del valor del que sabe que ha logrado lo imposible. Serían una inspiración y un reclamo para otros. La ciudad renacería y crecería, más poderosa de lo que fue.

Pero no podían asestar el golpe final. Se encargaría de ello. Si conseguía que despertaran y marcharan contra Nido de Venganza sería  él quien asestara el último golpe, De esta forma habrían recuperado su honor y estarían en deuda con él. Y aquellos atados por el honor están condenados a pagar sus deudas.

No solo eso. Además se les habría privado de probar su valía, de demostrar su reforjado orgullo. Estarían sedientos de una nueva batalla.

Llegado el momento podría valerse de un ejército así. Sería más sencillo si su compañero conseguía sentarse en el trono, pero no era necesario. Triunfar sobre un caso imposible sería muestra de que tenía alguna oportunidad de enfrentarse al Tirano y además dispondría de una herramienta más para ello. Un ejercito de dragones mortales. Una mezcla de lo que el Tirano respetaba y despreciaba.

Entonces sonrió mientras mantenía el filo de Sidheoona sobre el cuello del sacerdote. Estaba agradecido a su enemigo por haberle inspirado. Pronto un baile iba a empezar.

lunes, 6 de octubre de 2014

Sueños Arkoshianos


Aire libre, una vez más. Sak-rafi estará bien, Nido de Honor volverá a ser lo que fue. Después de salir de Tan Akraen y despedirme de Kuldan, puedo sentir el limbo soleado que me baña. El sol reconstruye un paisaje desolador pero exótico. Al fondo un fuego púrpura y mas allá el abismo, con sus ingenieros sobrepasando la realidad. Mosh'urk esta paralizado ante el acercamiento de una gran legión de dracónidos allí abajo, observa el filo de una hacha ya curtida, en que lado puede estar la decisión con la encrucijada.



Observo mi magullado cuerpo, inmóvil delante de una zig-zageante calle que baja a las ya ruinas del templo. Me dirijo a Lingan y le comento, los dracónidos amamos la fe en nuestra raza independientemente de ser malignos o buenos. La muerte de Kas-far demuestra que tenemos un enemigo en nuestro interior y como raza que somos, lucharemos para traer la paz. Porqué el destino te trae humanos como Viktor, creador de seres. No siempre lo podemos ver con tu fría mirada. Tranquilamente me vuelvo y el artificiero queda a mi izquierda, le digo: ingeniero don de mecánicos y constructos, estoy completamente absorto por tus capacidades mágicas. Como señor de la guerra admiro la capacidad de generar, herramientas poderosas para poder, batallar por ejemplo(mientras hace una mueca a Lingan).



Sabéis donde está Sombra Oscura? En la oscuridad magmática. En el paraje perdido Arkoshiano del submundo, vagando por un sin fin de cavernas vomitando lava. No debemos preocuparnos por él, hará su trabajo. Me dirijo a Lingan de nuevo: Es hora de interrogar al prisionero humano, tal vez allá bajo podamos sacar provecho. Viktor, sabes esas torres con ruedas que asediaban castillos?



Es mediodía y me dirijo hacia la zona comercial, hay poca gente en la calle, la mayoría estarán comiendo, puedo ver un par de dracónidas amarillas con un enano calvo, de barba negra y embutido casi totalmente en latón que camina toscamente, pero ellas parecen seguirle.. ahora lo entiendo. Estoy delante de la Cola Espinada, demasiada memoria colapsada en treinta años de vida.



Sigo calle abajo donde el fuego áspero queda a mi derecha, aún puedo ver el ejército acercándose por el horizonte. Solo unos dracónidos distraen volando con aparatos alados, esto es sólo el comienzo...