domingo, 1 de febrero de 2015

El relato del druida oscuro

Arrastrando lo poco que queda de tu cuerpo, te aventuras en el oscuro portal de manufactura élfica. Todo a tu alrededor se desvanece, y el dolor adicional que comporta rasgar las entrañas del mundo, aunque en condiciones normales no sería suficiente para derribarte, esta vez provoca tu desmayo.

Cuando despiertas, aún con los ojos cerrados, sientes el tacto de una criatura peluda en tu rostro. Es silenciosa pero descomunalmente grande y, sin embargo, apenas respira, tratando de saber si estás muerto, quizá para devorarte mientras tu cuerpo aún esté caliente. Instintivamente, tratas de levantar los brazos para protegerte de su mordedura, pero las heridas infligidas por tu siniestro patrono han pulverizado tus músculos, y ni siquiera puedes moverlos. Lo único que puedes hacer es abrir los ojos antes de presenciar tu muerte, una vez más.

Delante de ti, se encuentra el enorme rostro de una araña gigante, con una miríada de ojos fisgones. Su pelaje es gris con las puntas rojas, sin duda urticante. De no ser por tu resistencia a este tipo de males, ya estarías muerto.

La araña, no sorprendida de tu despertar, te curiosea. Ahora que tu instinto ha tenido más tiempo para comprenderla (apenas unos latidos), te das cuenta de que no tiene intenciones hostiles hacia ti. De hecho, parece servirte. A ti o a alguien similar.

Sus grandes quelíceros te apresan, sin la intención de morderte. Te lleva a una parte recóndita de la caverna en la que estás, con numerosos túneles horadados e infestada de telarañas. Otra araña del mismo tamaño hace su aparición, y acude a recibirte. Ambas te escoltan, acompañadas de más arañas menores, del tamaño de caballos, hasta una figura sentada en un trono de seda. Se trata de un drow.

El brujo, que parece comandar las arañas, es una figura escuálida, delgada, con las costillas marcadas y la cara mullida por el hambre. Pero este es su estado natural, crees; los elfos oscuros, como tú, parecen versiones inferiores de los elfos, obligadas a medrar en este mundo subterráneo. Aún así, su rostro no refleja sufrimiento alguno. Su piel negra está cubierta de una armadura blanca, hecha de hilo de seda arácnida.



No tenéis una verdadera conversación. Su idioma no lo comprendes. Pero eso no parece importar, pues por primera vez desde que partiste del Pantano del Trébol, te sientes en familia. Ninguno de ellos tiene intenciones hostiles hacia ti.

Con gestos ruidosos hechos con los colmillos móviles de su boca, el aracnomante te explica que custodia un paso hacia Menzoberranzan, una gran ciudad drow. El paso te está proscrito, y te advierte de que te matará si intentas cruzarlo. Pero eso no es lo más importante. Tras contarle tu historia, pues lo percibes como un igual, él te reconoce.

Eres el niño perdido de la casa Malern. Perdido, sin embargo, no significa que te perdieras, sino que fuiste entregado. El aracnomante te cuenta que la casa Malern inició un ataque contra Thessala en busca de esclavos. Esto encaja con la historia que os contó aquel veterano de guerra que conocisteis. Uno de aquellos drow fue Zalek, el prisionero cuyo cuerpo no pudisteis encontrar. La partida de caza era algo más, y estaba integrada por una matrona y varias sacerdotisas, así como guerreros y exploradores varones pues, te explica, la sociedad de los drow es matriarcal. Su intención no era sólo capturar esclavos, sino infligir tal daño a Thessala que esto les impidiera controlar esa zona de la superficie, y así reclamarla como coto de caza para la casa Malern.


Sin embargo, algo salió mal. La valerosa defensa de la Guardia Solar logró expulsar a los elfos oscuros al desierto, acabando con una de las sacerdotisas. Pero eso no fue lo peor. Lo peor es que los drow no pudieron encontrar la puerta de regreso a casa. Simplemente, la atmósfera planaria de Thessala es demasiado cambiante y, así como les fue fácil llegar, les fue imposible volver. Perseguidos hacia el suroeste, la expedición drow se refugió en el pantano del Trébol. El lugar les ofrecía posibilidades para practicar su particular juego de escondite con los thessalianos.

En aquel lugar moraba un espíritu maligno. La matriarca lo detectó rápidamente, e hizo un pacto con él. El pantano les abriría la entrada de vuelta a casa. Pero, a cambio, la Naturaleza les exigía un sacrificio. Tres hermanos de sangre: el que fue, el que es y el que será.

Tres niños drow, arrancados de las sacerdotisas jóvenes, fueron puestos en un lecho de paja. Entre los vapores nauseabundos del pantano, surcados por grandes anacondas, el espectro observaba. Una daga ceremonial derramó la sangre del primer niño, el que fue. El segundo niño fue arrojado a las aguas del pantano, el que es. El tercer niño fue envuelto en un capullo de seda y colgado de un sauce moribundo para que jamás pudiera crecer ninguno de los dos. Este último es el eterno que será.

Tras esto, las aguas se abrieron y la expedición de la casa Malern volvió a Menzoberranzan. Sin embargo, el espíritu de la Naturaleza se cobró con tres vidas.

De las que ya sólo queda una.

El vigilante del paso te conmina a volver. Tu pacto debe ser cumplido, y tu tarea está lejos de Menzoberranzan. La fuerza de la naturaleza castigaría a los drow si tu vida dejara de pertenecerle.

Durante la conversación, sentado en un lecho de seda, los pequeños insectos han ido recomponiendo tu cuerpo; sientes el regreso de tus piernas como un contrato de esclavitud y no como una bendición. Te pones en marcha, y piensas en regresar para cruzar este paso en algún momento. Quizá por venganza, quizá por curiosidad. Quizá traicionando a tu dueño.

Has vuelto para cruzar sigilosamente por entre los pasillos de los duérgar. La Torre Quemada se quedó atrás, pero no dudas que hay drows allí. Un camino a la superficie es lo que buscas. Tu verdadera familia está ahí arriba.

Y en cuanto el aire fresco surca el túnel por el que esperas salir, te das cuenta de que está nevando muchísimo, de forma antinatural. El Valle de los Dragones está teñido de blanco, apenas se puede ver más de cuatro metros por delante, y el viento sacude tus ropajes. Te cubres con la capucha y marchas hacia Nido de Venganza. Tus pisadas no dejan rastro.

lunes, 19 de enero de 2015

Un viejo amigo y un nuevo enemigo

La noche fría se cierne sobre Nido de Honor con contrastes de grises que inundan la ciudad. Mi silueta dracónida enorme se dibuja en las construcciones de piedra magulladas con grietas por recientes ataques, el pavimento que piso está muy irregular y mirando a mis pies les digo a mis compañeros “este suelo renacerá con Yorgon”. Así, andando mas allá, surge entre las sombras de las construcciones una columna de humo. Veo algo parecido a una torre cónica con su base cuadrada. Linngan queda a la guardia a mi derecha y Viktor distraído, observando un pequeño artilugio mecánico cúbico. Podemos sentir estos pequeños temblores que proceden de dicha torre, este lugar me es familiar...

Al llegar vemos dicho edificio tal cual se muestra, como una torre más extensa en su base, con pequeñas filigranas pétreas incrustadas en él. A una docena de metros podemos vislumbrar un par de dracónidos azulados armados con espadas. Nos dirigimos no sin el estruendo que podemos sentir, cada vez más insistente, que nos hace quedarnos quietos por un momento. Les comento a mis compañeros: “Dwoq'knohe es mi mentor, pues cuando murió mi padre, él me enseñó la dura vida de esta ciudad, en los constantes ataques y desafíos que sufría. Han pasado veinte años desde entonces. Ahora podremos conversar con un viejo amigo”.

Al acercarnos a los guardias éstos nos preguntan los motivos de la visita. Parecen reservados al recibirnos, pero cuando Dwoq'knohe nos ve, se abren las puertas en arco de esa majestuosa torre, quedando una habitación circular y alta, de embaldosado turquesa irregular y paredes oscuras. Delante, a la derecha, queda mi mentor, que lleva una túnica azul con filigranas de cobre que parece desgastada o, más bien, quemada. Una reverencia le hago, y un instante después, al levantarme, nos abrazamos al reconocernos ambos. “Cuánto tiempo, hermano”. Tras un segundo, otra explosión nos sobresalta, seguido del grito de Dwoq: “¡¡No se os oye!! ¡¡Más fuerte!!”. “En la habitación de al lado se lanza mágico-pólvora” - nos explica. Al adentrarnos cautelosamente, al fondo quedan unas mesas de roble con escritorios y armarios de arce refinado pegados a la pared. “Ciertamente, los hechiceros tienen buen gusto”, me digo. Hay, además, un par de puertas que deben dar a otras salas, y a la izquierda un portón grande de madera. Empecé contándole a Dwoq mi tiempo en Thessala y mi venida a la ciudad, él me resume con voz grave: “Tiempos difíciles en el precipicio del Valle”. Es entonces, después de un rato paseando con mi mentor, cuando me doy cuenta de que mis camaradas han desaparecido.



Prosigo charlando y haciendo memoria con él sobre mi padre, Rods'urk. Conecté por un momento mi memoria con la suya. Me vienen a la cabeza imágenes de él durante mi infancia, junto a otros dracónidos; el Templo de los Hermanos predicando la gloria en que vivíamos. Tiempos cruciales, pero siempre con una gran luz y firmeza, purificando al pueblo y ahuyentando todo mal que les atañese; la plata y la verdad comandaban. Las evocaciones se iban desvaneciendo, y un fugaz destello me hizo recobrar el sentido. “Temo, Dwoq'knohe”, le murmuré y, seguro, dije: “Nido de Honor va a afrontar un gran reto. Es la llegada del fin del tiempo, el desenlace entre el valor y la codicia. Necesitaremos vuestra ayuda de cara a la inminente encrucijada”. El dracónido me responde: “Sabes que buscamos la magia profunda en los misterios, y el tuyo es realmente enigmático. Tu padre te protegió de muchos bandidos que capturaban críos para llevarlos a la Venganza. No sé cómo has sobrevivido a tantas cosas, y has decidido volver entre nosotros, pero afrontaremos el reto unidos ante lo que se acerca”. Nos despedimos cordialmente con una reverencia, y le recuerdo: “Nos reencontraremos en la guerra, y nuestro reencuentro será el detonante”.

Al salir de la sala puedo oír otra explosión en la habitación contigua. Fuera puedo ver a ese elfo tan reservado observando el filo de su espada helada como su más preciado tesoro. Esa espada, Sidheo'ona, la temo por quien se la entregó. Pero en la ingenuidad maravillosa de Linngan sólo parece un juguete. Poco después aparece Viktor y está algo mas quemado de lo normal, diría asado, e interviene: “Tranquilo Mosh'urk, me gusta investigar. Estos hechiceros del Fuego Áspero son el éxtasis arcano”.

“Vayamos al Templo de los Hermanos” propongo, “seguro que nos atienden con buena fe”. Comando a mis compañeros, bordeando la ciudad con el eladrín y el humano hacia la zona pobre de la ciudad. Torcemos un par de calles abajo para llegar a una explanada que da a un solitario edificio, bastante mal conservado, con algunos cimientos en mal estado e incluso partes derruidas. Las columnas sobresalen sobre las paredes de la gran construcción accesible por el portón, pero no hay nada llamativo en este edificio inusualmente plano. Observamos a algunos individuos cerca de la gente pobre, explicando las ventajas de contribuir a la caridad del credo. Al acercarnos discernimos que llevan túnicas blancas, aparentemente sin lujos, y que actúan con sincera vocación. Hablando un rato con un enano de barba gris que porta unas notas de papel viejo en una mano, me ofrece por una moneda de plata bendición divina. Parece que están aquí para que los habitantes de mi ciudad puedan encontrar sus “mejores tiempos”. Mientras tanto Viktor, que aún se arregla los pelos completamente quemados de su frondosa barba, se va a husmear un poco en el interior. Poco después damos algunas vueltas discretamente alrededor del templo, inspeccionándolo durante un rato. No observamos nada extraño en la nueva religión que cautivó a mi padre. Antes de sumirse la zona en un completo silencio, a medida que las gentes se retiran durante la entrada noche, nos situamos en un callejón contiguo donde hay una tienda de ropajes y telas y pasamos el tiempo.

Esperando a Viktor estoy ahora en esta nocturnidad profunda mirando el cetro de plata con cabeza de dragón de mi padre. Volteándolo, me fijo en los detalles de los pomos de dicha obra de arte forjada por mi pueblo, pero Linngan me saca de mi ensimismamiento: “Viktor se ha ido dentro hace casi dos horas y aún no sabemos nada de él”. Yo le respondo: “Este alquimista nuestro es muy curioso, tranquilo, no le habrá pasado nada”, y continúo después de toser, “sin embargo, no podemos esperar más aquí, llamaríamos la atención. En eso tienes razón”.

Ya es de madrugada. La gente anda durmiendo. Una cuerda pende veinte metros desde el techo del gran edificio, con una figura tosca y grandullona escalando con seguridad y constancia. Un poco más arriba el elfo feérico se cuela cual felino por una ventana superior. Allí ve un pasillo entablado con madera con numerosas puertas a cada lado. “Todo parece en calma aquí, bajemos”, susurro sin que sirva de nada al golpear con mi pie involuntariamente una silla cercana. Ambos llegamos hasta el final del pasillo, y luego bajando unas escaleras de caracol no dudo en seguir el destino que se nos aventura. El salón principal del templo se nos queda grande, está demasiado vacío y parece imbuido de una pesadumbre aún más notable en la oscuridad. Una vez abajo, una puerta a la derecha queda entreabierta. “Esta es la ruta”, me indica el pícaro. Bajamos un centenar de escaleras que nos conducen a un nuevo pasillo cuyo largo túnel debemos seguir. Algo se oye al final del trayecto, lo que parecen ser murmullos o cánticos. Despacio, avanzando, voy tanteando las losas de las paredes hasta llegar a una puerta cerrada que observo desde lejos. Mi compañero, quietamente, queda al otro lado aún estudiando la situación. La zona desprende una luz tenue. A cada lado hay inscripciones y murales que hablan de dragones comiendo seres y repugnantes abominaciones verdosas, obesas y vomitando ácido rodeadas de oro. Al girar la cabeza en dirección opuesta, horrorizado, me topo estupefacto con una figura, pues la monstruosidad que aparece frente a mí es la Dragona de Cinco Cabezas, portadora de la destrucción, la avaricia y la venganza, y en las mismas entrañas de mi casa, Nido de Honor. Con mi rostro desquiciado, dejo que la furia me invada: “¡No soportaré este mal en mi hogar!”. Con un grito de guerra fuerte y decidido, empiezo a correr blandiendo mi hacha directo hacia la puerta, que cede al instante con mi codo como ariete. El golpe aparta el portal y caen al suelo un par de libros de las estanterías de la recién descubierta habitación. El eladrín, aprovechando el escándalo, entra rápidamente conmigo, acechando en las sombras.

El instante se congela. La sala, más profunda que ancha, queda iluminada por una tonalidad rojiza, proyectada por una inscripción mágica circular en el suelo, y esparcida también por el reflejo de un buen número de monedas de oro alrededor de toda la estancia. Cuatro columnas en cada esquina desprenden un incienso de halo añil, y a la derecha, un humano calvo, enfermizamente pálido, con collera negra acabada en punta en la parte posterior me observa sorprendido, ceñido en una túnica roja con inscripciones innombrables, doradas en espiral en sus bordes. Porta un bastón y numerosas joyas. Con él hay unos cuantos dracónidos y humanos ataviados con túnicas oscuras y armas simples. Al fondo de la sala, a la izquierda, queda a la vista una pequeña celda con un banco que encierra el artificiero humano que buscamos. Linngan se adelanta y toma posición mientras cargo descontrolado hacia la línea de los cultistas desquiciados, que empiezan a gritar enloquecidos al verme. Los ecos de sus voces se funden en golpes secos y de metal.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Descenso a la Infraoscuridad

Empezó con un adiós y a mi pesar, me separé de mis compañeros, no; mis amigos. Aunque nunca llegue a decirlo públicamente, hemos compartido muchas batallas para ser simples compañeros. La llamada era intensa, nunca había sentido nada así.

Todo empezó al sumergirnos en las oscuridades de la tierra en pos del mausoleo de los Baol, en un principio eran meros ecos lejanos lo profundo de mis sueños. No les presté atención. A medida que nos introducíamos cada vez más en las profundidades estos iban acrecentando. Sobretodo en los descansos, cuando me dejaba llevar por el éxtasis del descanso. Tomaban forma de espectros oscuros que parecían reclamar mi atención. Por algún motivo no entendía su mensaje y al despertar era todo vacuo y difuso, a los pocos segundos olvidaba lo acaecido en mis sueños. Mientras transcurrían nuestras hazañas en este mundo subterráneo en el cual extrañamente me sentía como pez en el agua, estos sueños se convirtieron en pesadillas, en las cuales estos espectros parecían intentar atacarme y mi ser se defendía como siempre ha hecho, la horda que habita en mi y de la que formo parte me protegía. Las pesadillas terminaban súbitamente y regresaba al mundo material, pero una extraña inquietud permanecía.

Tras el encuentro con esos elfos, los que podrían ser “mi pueblo”, todo cambió. Las visiones se incrementaron mucho más. Ya no podía omitirlas. Lo que en mis pesadillas eran espectros, ahora habían cobrado una forma definida, eran los mismos seres, pero por algún motivo, estos estos lucían un aspecto más salvaje, más natural. Ahora podía entender parte del mensaje, puesto que el enjambre seguía combatiendo a las entidades y su zumbido solo me dejaba entreoír fragmentos.

-Raíz, respuestas, conocimiento y no sucumbas a la ira, no seas “el”- Eran las únicas palabras que me quedaban claras.

Sabía que debía ir solo, mis compañeros no estaban preparados para seguirme al lugar al que me dirigía, y a decir verdad, yo tampoco estaba convencido de estarlo. Una parte de mí me decía que no fuera y si le prestaba atención, la rabia empezaba a corroerme poco a poco. A decir verdad este hecho había sido uno de los principales motivos de mi partida. No era la primera vez que sucumbía ante ella, y un desgraciado duergar había pagado un alto precio, aunque el ser lo mereciera. Le hice llevar a una maldición a su gente sin saberlo, que con el tiempo provocaría una epidemia de proporciones incalculables. Tal acto de villanía no era propio del ciclo natural ni de mi ser, aunque su pueblo quizás se lo tuviera merecido ya que resultó ser unos adoradores de entidades abisales a las cuales aborrezco profundamente, incluso tanto como a los no muertos.

Mientras deambulaba por los oscuros túneles, absorto en mis pensamientos, llegué de nuevo a la caverna llamada el “Bosque de Fuego”. Quedé asombrado. Pensaba que el paso había quedado sellado al derrubarse el puente y tampoco había franqueado el inmenso río de lava que se hallaba entre el mausoleo y el bosque. Pero no había duda, era el mismo. Podía apreciar claramente los despojos de la trifulca con la “Tribu del Fuego”.

La naturaleza ya había empezado a cobrarse su precio, y los despojos que no habían sido devorados por la hambrienta fauna local, sentía como empezaban a ser pasto de los majestuosos hongos que poblaban la zona. A simple vista percibía pequeñas setas que brotaban de los cuerpos inertes, no tardarían en ser tan altas y mortíferas como sus hermanas, fruto del banquete allí ofrecido.

De pronto sentí un punzante dolor en todo mi ser, me desplomé. Las larvas que habitaban mi ser y que me protegían y me daban fuerzas, de repente se habían revelado al unísono; como si una extraña fuerza les impulsara a detenerme a toda costa. Entre espasmos y convulsiones, pude entrever ante mi, oculto entre dos grandes hongos en el extremo de la majestuosa caverna, como se abría un portal y a oír en mi cabeza una voz que me llamaba por mi nombre. De pronto quedó claro cual era mi destino, mi meta. Pero por algún motivo que desconocía parte de mi ser se negaba a alcanzar el umbral.

Lentamente y con gran dolor empecé a gatear y transcurrido lo que me pareció una eternidad en la que solo pude avanzar unos codos, mis piernas y mis brazos sucumbiernon ante la repentina oleada de dolor que inundó mi ser, pero juntando fuerzas continué arrastrándome entre hongos por el suelo de la caverna. Pro cada paso que me acercaba a la entrada, sentía como flaqueaba más y más. No estaba convencido de poder llegar, pero debía hacerlo...

Cuando me encontraba a medio camino entonces fue cuando me di cuenta: No estaba perdiendo fuerzas, estaba perdiendo parte de mi ser en el proceso. Al darme la vuelta, observé horrorizado como un sendero verminoso se extendía hasta el punto donde había caído abatido. Los otrora aliados mios, ahora me abandonaban devorando tejido y músculo en su huida.¿Que sería lo que les impulsaba a cometer semejante acto? ¿Como podía ser que parte de mi ser se revelara en mi contra?

Ya solo me quedaban dos opciones: Sucumbir allí mismo, en medio de ese fúngico paraje o llegar al portal, tras el cual esperaba encontrar alivio y respuestas a mi sufrimiento.

Sacando fuerzas de flaqueza, terminé de me arrastrar el despojo en que se había convertido mi cuerpo, ya desprovisto de toda larva compañera, y al tocar el umbral con la punta de los dedos, la oscuridad me envolvió y perdí por completo el conocimiento.

viernes, 31 de octubre de 2014

Diario de Hazañas (05-10-2014). Parte II: De borracheras y usurpadores.

Cuatro días en las entrañas de la tierra. Ahora sé como se pudo sentir el viejo capitán Ish-Mael cuando fue tragado por el dragón blanco de mar en lo más inhóspito del océano. La obsesión por cazar a la bestia le llevó a su interior y ésta era la sensación de respirar de nuevo el aire fresco de la superficie, después de abrirse paso a cuchillo desde el interior.

Estar en la boca del lobo es estimulante, especialmente cuando eres capaz de tener varios puntos de vista. Por una parte, el aprendizaje sobre el campo es incalculablemente valioso. Por otro lado, las reacciones que el cuerpo de uno mismo tiene a estímulos como el miedo, la sensación de peligro y el hecho de estar en un sitio que detectas hostil... es fascinante. Fascinante.

En todo caso, hemos vuelto a Nido de Honor. Qué bien respirar aire fresco, después de tanto tiempo bajo tierra... Las tabernas siempre acogen bien a los aventureros recién llegados. Saben que las barrigas vacías les llenan, paradójicamente, sus salones. Aunque también les vacían los calderos. Y a los enanos no muy vivos, les vacían la paciencia y los bolsillos. Pero aún no he llegado a eso.

Cuando me uní a mis compañeros, en la Cola Espinada, Mosh'Urk estaba inmerso en una partida de Escamas y Reyes, aunque teniendo en cuenta cómo jugaba el elfo que sostenía las cartas a su derecha, debería llamarse Escamas y Escamoteados. Se estaba dejando ganar. Me acerqué a Linngan y me senté. Los dos enanos sentados al frente empezaban a sudar la gota gorda. Y no es una expresión, alguna pareja de Wyverns que mostraron tenía la tinta corrida.

Los chicos acababan de visitar el distrito de Tan'Akraen, dejando al pobre prisionero al que rescatamos de los duérgar bajo los cuidados de Kuldan, que se encargaría de que sobreviviese. No lo consideré probable, pero me decanté por confiar en los clérigos de Nido de Honor. Traían alguna noticia más de interés, como la misteriosa desaparición (Aunque se comentaba que había muerto) de uno de los nobles de Tan'Akraen, un tal Rofz'furrk. Ya nos preocuparíamos mañana por estas cosas, hoy se celebraba nuestra vuelta a la civilización. Así que beberíamos hasta perder el sentido o, quien sabe, hasta encontrarlo. Pedí que me repartieran cartas en la siguiente ronda, decidido a darle una lección al elfo, si podía ser con su propia medicina, así que me dejé perder las primeras rondas. 

La primera silla que pasó volando por encima de mi cabeza, no la vi pasar, y cuando me di cuenta, la Cola Espinada era un pequeño campo de batalla lleno de barbas cubiertas de sangre. Recuperé una jarra que iba a ser lanzada de la primera mesa que encontré hacia la salida y, como medida cautelar, me bebí su contenido. Mosh'Urk se había sumado a la batalla campal. Miré a Linngan, buscando algún tipo de explicación a lo que estaba sucediendo. El eladrín se encogió de hombros mirándome con una sonrisa, se dio la vuelta y siguió contemplando el espectáculo, divertido. A veces me siento más identificado con esas hadas de lo que me gustaría. Seguí bebiendo y supuse que aquello sería una tradición en Nido de Honor. El noble arte de la pelea tabernaria.

Después de superar el desafío de Iorgon y convencerlo de que abandonara su cubil, los asuntos terrenales resultan menos importantes. Si fuera más joven y un poco menos sabio hubiera entrado en la reyerta a romper un par de huesos. Supongo que hablar con un ser tan poderoso te hace madurar. Aunque sea un poquito.

Cuando la guardia apareció por la taberna, la algarabía se dispersó, y los cuatro descerebrados que seguían atizándose acabaron siendo reducidos y llevados a sus nuevas "suites" en el cuartel de la guardia. Nosotros dejamos atrás esa parte de la ciudad y nos fuimos a dar una vuelta. La noche era jóven.

La vimos envejecer e incluso morir.

No descansamos ni una hora, y ya estábamos de camino a Nido del Rey para comunicarle a Kas'Far las nuevas noticias. Durante la caminata, algo llamó mi atención, alguna suerte de aparato había salido del distrito de los puentes, y sobrevolaba el acantilado sobre el valle. Me quedé de piedra, una extraña máquina sobre la que había leído mucho, y a la que no había prestado, según parecía, toda la atención que merecía. Alguien volaba sobre un Ornitóptero

Nos cruzamos en la puerta de palacio con Rak'ahula, el orgulloso comandante de la guardia de los Puños de Piedra. Algo sucedía en el ambiente, había algo de inquietud, algo de intranquilidad. Un dracónido ataviado con una capucha de cuero obedeció una rápida orden de Rak'ahula. Tensó su arco y disparó en un rápido movimiento, alcanzó a un cuerpo encaramado a una de las murallas de Nido del Rey. Cruzamos miradas Linngan y yo, atónitos. Mosh'Urk no pareció sorpendido. Otra maldita tradición dracónida.

Las escuetas palabras del comandante antes de dejarnos pasar fueron "Los enemigos están en todas partes, especialmente en nuestra ciudad".

En la sala del trono se encontraba Kas'Far, como de costumbre. Sak-rafi a su derecha. Nos dio la bienvenida con su siseante voz, más de Iguana que de dracónido, si es que las iguanas pudiesen hablar.


-Bienvenidossss... *Sigh* ...de nuevo, hérrroes de Nido de Honorrrr... ¿Qué nuevas trrrrraéis? -La forma de arrastrar las erres de aquél ser me ponía algo nervioso, pero su indudable sabiduría me hacía respetarle de una forma inusual.

-Los Duérgar poseían un paso en las profundidades que unía su reino subterráneo con las catacumbas de Nido de Honor.-dijo Mos'Urk con gran ceremonia.- El puente fue destruido, los Duérgar no os molestarán, su alteza

-Patrullaban la zona cercana a las tumbas de los Baol 
-añadió Linngan- y de paso destruimos un altar en el cual invocaban a Diablos desde su plano, en nombre de un tal Asmodeo. Eso tampoco será un problema.

Miré a Mosh'Urk, que me sorprendió por su humildad, al no presumir en absoluto de nuestro encuentro con Iorgon, ya que fue gracias a él realmente que el dragón decidió abandonar su cubil.

-Mosh'Urk ha cabalgado el viento y la tormenta sobre Iorgon. El dragón está listo para apoyar la causa de Nido de Honor de nuevo, como en la antigüedad.- dije

Kas Far frunció el ceño, en una mueca que no era de aprobación. Más bien molesto, aunque a la vez aliviado.

-La vuelta de Iorgon significa el... *sigh* ...fin de mi reinado.

De pronto lo comprendí bien. Kas Far no quería gobernar sobre Nido de Honor. De alguna manera había acabado siendo su responsabilidad. Aquellos que hablaban de su falta de liderazgo, y de su poca eficacia como comandante militar... así como de su falta de honor... No tenían ni idea. Ese dracónido estaba sacrificándose desde hacía años gobernando una ciudad que no quería gobernar. Manteniendo el flujo comercial activo, atendiendo los problemas mundanos con asuntos que un militar ni siquiera se molestaría en leer. Kas Far era el honor hecho carne, y lo peor es que nadie lo valoraría nunca. Estúpidos ignorantes... Intenté convencerle... y convencerme a mí mismo, de que la llegada de Iorgon se produjo bajo su reinado, pero las redes de la mala fama de Kas Far hacía tiempo que estaban tejidas por los orgullosos nobles dracónidos, y poco se podía hacer para romperlas.

Un ruido ensordecedor precedió a una amalgama de guerreros entrando en las dependencias reales. A su cabeza, un enorme y orgulloso señor dracónido, cuyas escamas refulgían con destellos azules a la luz de las antorchas. Su presencia hizo que las estatuas gigantes de los antiguos reyes perdieran majestad. Kas'Far se levantó de su trono con perplejidad. Otro guerrero de aspecto ilustre miraba hacia nosotros, resuelto. Sus escamas eran grises... Un Lengua de Ceniza. Rak'ahula había sido apresado, y uno de los esbirros de escamas azules del líder amenazaba su vida con una daga apuntando al cuello.

-Ha llegado el momento, Kas'Far el Verde. Entrega el trono y se te perdonará la vida. -dijo el dracónido, con voz cavernosa y potente- serás tratado como un prisionero importante y no se te humillará ni maltratará.

Kas'Far se había quedado de piedra, como si esperase esto y no tuviese intención de pararlo o de defenderse. Mosh'Urk habló.


-¿Quién sois, en nombre de Kord? -preguntó mientras se giraba y echaba mano de su hacha.

-Soy Garond, señor de la casa de los Dedos Bravos. Vengo a recuperar el trono de Nido de Honor, y nadie podrá impedírmelo.

-¿Recuperar? -repliqué.- ¿Recuperar, o usurpar? -La redundancia siempre fue una buena manera de hacer hincapié en algunos conceptos.

-Kas'far es débil. Se avecinan tiempos de guerra y alguien con capacidad para el mando debe hacerse cargo del trono. Los Lenguas de Ceniza, junto con su líder aquí, Rofz'furrk y el resto de nobles del consejo apoyan y refuerzan mi brazo para tomar el mando y hacer la guerra contra Nido Venganza. De otro modo, seremos destruidos por sus tropas.

-Los alta escama siempre dando discursos... -se quejó Mosh'Urk, cuyas manos se abrían y se cerraban, deseosas de sentir el tacto del mango del hacha y la adrenalina de la batalla.

-No sé quien eres, pero será mejor que te apartes... y tus amigos también, si no queréis salir mal parados. -El porte del dracónido era imponente, y su amenaza era seria.- las cosas se van a poner muy feas por aquí.

-Soy Mosh'Urk Baol, alta escama -Al parecer, la amenaza no había hecho mella en la resolución de Mosh'Urk- Señor de la Guerra, héroe de Nido de Honor. Causa de la caída del Dragón Azul. Kas'far está bajo mi protección, y ningún usurpador le dañará mientras yo esté vivo. -Mosh'Urk desenvainó su hacha y plantó los pies firmemente en el suelo. Su estampa era aterradora.

-Mosh'Urk ha cabalgado sobre Iorgon y ha vivido para contarlo -supuse que a alguien tan orgulloso como Garond le impresionaría.

-¿De veras?- preguntó él.

-Cabalgué sobre el dragón atravesando el fuego enemigo y la tormenta. Los relámpagos besaron mi piel -Mosh'Urk se llevó la mano a sus recientes cicatrices.

-Muy bien. Esta pelea será entonces recordada -añadió Garond, desenvainando su espada.

La pelea fue muy rápida. Algunos dracónidos rodearon a Mosh'Urk, que los mantuvo a raya con habilidad, esquivando y parando golpes, encajando algunos otros. Su resistencia no tenía límites. Algún día se estudiarían sus tácticas en las escuelas de Nido de Honor.

Mientras, los dracónidos restantes avanzaron hasta la zona elevada donde se encontraban los tronos, en los que Sak-rafi y Kas'far no daban crédito a sus ojos. El líder de los Lengua de Ceniza, escoltado por dos dracónidos grises más se acercó a mi lentamente. Algo no era normal en aquél ser. Su cara parecía cambiar de color y forma con cada paso que le acercaba a mi.

El caos se apoderó de aquella sala. Allá donde mirase había gente combatiendo, los braseros habían caído derramando las piedras candentes por el suelo, Lingan efectuaba su danza de la muerte, más espíritu que cuerpo, dejando tras de sí un reguero de sangre de usurpador. Su espada centelleaba como un rayo y los que osaban hacerle frente caían presos de la magia de hielo, que los convertía en témpanos vivientes incapaces de moverse, ni siquiera para intentar taparse sus sangrantes heridas.


Cuando el terrible golpe de Moshurk resonó en las paredes de la sala del trono, Garond había caído inconsciente a sus pies, los dracónidos habían parado de pelear y volvimos nuestras cabezas al trono. La cabeza de Kas-Far yacía al borde del escalón que separaba los niveles de la sala, meciéndose lentamente aún por efecto del impulso en un charco de sangre que goteaba al nivel inferior. Sak-rafi se hallaba sentada en el trono, con los ojos mirando al infinito y un puñal clavado en el pecho. No parecían haberse defendido del Lengua de Cen... No. Aquél no era el lengua de ceniza, que había pasado junto a mi como una exhalación minutos antes. Su cabeza, de un color oscuro y sus grandes ojos negros sin pupila, ni iris nos miraron desde lo alto del trono de Kas Far, donde el cuerpo aún caliente del monarca aún expulsaba borbotones de sangre, cada vez en menos cantidad a medida que su corazón dejaba de latir. 

Habíamos fracasado.

El Doppleganger dio dos pasos al frente mirándonos fijamente e hizo una mueca. Algunos podrían decir que aquello era una sonrisa. Aquél ser había tomado la forma de un conspirador, entonces cobró sentido lo que nos habían dicho por la mañana, acerca de la desaparición del tal Rofz'furrk. Rebusqué en mi memoria acerca de las historias y documentos que había leído acerca de los doppleganger y recordé un artículo que leí en cierta biblioteca que hablaba de las habilidades de los Doppleganger. Sus servicios eran realmente caros. Contratados para trabajos de asesinato de alto nivel. Tomaban la forma e incluso las costumbres de gente cercana a sus víctimas, tratando así de incriminar a un tercero y, de paso, viviendo una vida que, de hecho, no tenían. Aquellos seres solitarios vivían el vacío emocional de un ser sin identidad, que solo era "alguien" cuando tomaban una forma que no era realmente la suya. Qué triste modo de vivir.

La criatura se dio cuenta entonces de que había cometido un error. La única salida estaba obstaculizada por mi brazo mecánico, la afilada espada de Lingan y la mortal hacha de Mosh'Urk. Le observabamos en silencio mientras los secuaces de Garond soltaban las armas, rindiéndose ante la amenaza de ser despedazados por Mosh'Urk. Intentó correr, pero será algo que no describiré pues no quiero herir la sensibilidad de nadie. Digamos que no consiguió alcanzar la puerta.

Rak'ahula, que había sobrevivido al combate protegiendo a su rey hasta el final, se encontraba junto al cadáver de Sak-rafi, con los ojos anegados de lágrimas, intentando parecer digno. Lo consiguió. Nos miró y negó con la cabeza, y entonces nos miramos entre nosotros. Había que llevar a Sak-rafi al templo con Kuldan, quizá allí encontrásemos una solución.

Recorrimos las calles de Nido de Honor tan rápido como nunca habían visto, con Sak-rafi oculta en mi carromato, a salvo de las miradas de los curiosos. Al llegar al templo, Kuldan nos miró con preocupación. No hizo falta decirle nada. Se llevó a Sak-rafi al interior de aquella sala iluminada por el sol del mediodía, que emitía una luz cegadora, cuasi sobrenatural. "Esto llevará un tiempo" murmuró antes de cerrar las puertas. Teníamos cosas que hacer.

Los hombres de Rak-ahula habían apresado a Garond el Usurpador, y lo tenían encerrado en una de las mazmorras de Nido del Rey. Las húmedas paredes parecían brillar a la luz de las antorchas. Los reflejos anaranjados cubrían los muros con un aspecto fantasmagórico. El moho cubría las ancestrales baldosas de aquél baluarte Arkosiano que había sobrevivido al paso de los años, siendo prácticamente lo único que quedaba en pie del antiguo imperio de los Dracónidos. Garond estaba allí, en medio de toda esa estampa, con el azul de sus escamas refulgiendo y sus ojos amarillos mirándonos con desafío.

No nos dijo mucho. Pero le sonsacamos todo. La posición de Kas-Far era genuinamente débil. Los dracónidos de Nido de Honor no pensaban que fuera capaz de dirigir al ejército contra las tropas de Nido Venganza. Los nobles de la ciudad reunieron a una camarilla y conspiraron. Los llamados Alta Escama planearon un golpe de estado. Estúpidos. Por suerte, estábamos allí. Si Nido de Honor quería un líder fuerte, tendría un líder fuerte. Mosh'Urk.

Aún teníamos trabajo que hacer. Había una conspiración que destapar, y había que conseguir el apoyo de los nobles de Nido de Honor a la causa de Mosh'Urk. el mejor comandante que la metrópolis podía tener para hacer frente a las tropas de Nido Venganza.

martes, 28 de octubre de 2014

Diario de hazañas (28-9-2014). Parte I: un puente a la oscuridad

Linngan degolló a su nervioso adversario. Era rápido, pero a veces hacía movimientos innecesarios. Era todo lo que él necesitaba. Un golpe más veloz que cualquier anticipación, y de la herida seca del cuello del elfo albino no brotaba ya sangre, sino escarcha. Se giró hacia sus compañeros, al borde del precipicio que daba a la lava.

Mosh'urk reparaba en las heridas de Viktor. Su cara era pálida, y parecía mareado. El veneno de los elfos oscuros corría por sus venas.

- Tranquilos, me pondré bien – decía con voz lenta y temblorosa. - Nada que mis injertos punzantes no puedan filtrar.

- Claro que te pondrás bien – respondió Mosh'urk con voz grave. - Estos desdichados no eran gran cosa. Probablemente intentaron aprovechar nuestro momento de respiro mientras atravesábamos el puente. Oportunistas. Pero mis ganas de partir cráneos de enano infecto siguen intactas.

Sombraoscura volvía de entre los restos de un grupo de elfos. Le habían visto quitarse la máscara, pero de nuevo tapaba su rostro.

- Son más que eso, me temo. Son como yo. Rawin estaba en lo cierto. Hay más.

No estaba nervioso, pero sí pensativo. Los cuatro revisaron los doce cuerpos, y siguieron la marcha.

Según indicaba el mapa del explorador duérgar, pronto debían encontrar el canal que unía las dos grandes cavernas. Pero no parecía haber sendero hasta allí. Mosh'urk fue el primero en llegar, y el calor empapaba su rostro al decirles:

- No podemos cruzar por aquí. No hay roca donde asirse. Pero he visto una columna de piedra en medio del canal.

Todos bordearon el repliegue, y desde una repisa de piedra contemplaron la fuerza del magma. Salpicaba una alta isla de piedra justo en el centro del canal, que los duérgar habían dotado de parapetos de piedra, a modo de torre. Dos puentes de piedra negruzca la unían a las cuevas por un lado y, por otro, a lo que el mapa se refería como territorio de los duérgar. Olas de magma hirviente salpicaban la base de la torre.

- Un buen embudo. Apuesto a que si lo derribamos, retrasaremos a los enemigos de mi pueblo – interrumpió Mosh'urk.

- Puedo hacerlo. Un artefacto explosivo. Sólo dadme tiempo – respondió seguro Viktor.

Los aventureros regresaron por el borde del mar de lava en el que los elfos les habían atacado, y encontraron un túnel. Antes de adentrarse en el Bosque del Fuego, intentaron descansar en una tranquila caverna. Sin embargo, la presencia de unos huevos púrpuras del tamaño de un puño grande les alarmó, y más aún los restos babosos de la cueva y unos cascarones abiertos.

- Son gusanos, creo. Quizá serpientes. Seres reptantes. Pueden haber crecido mucho desde que salieron del huevo, pero no sé cuánto.

Tener a Sombraoscura al lado era un alivio en este ambiente. Se desenvolvía como pez en el agua. Lo que no dejaba de inquietarles, especialmente a él, que nunca había estado aquí. Sus ojos no sufrían ningún problema lejos del alcance de las antorchas. Sentía la presencia de otras cavernas cercanas, como pedazos arrancados al gran cuerpo de roca; sentía los pequeños seres vivientes que los rodeaban (hongos, insectos y alimañas), y el aire enrarecido no aplastaba sus pulmones. Ahora percibía una fuerte sensación de humedad. El Bosque del Fuego se abría ante ellos.

Una vasta extensión de setas gigantes les recibía con inquietante calma. Los hongos temblaban incesantemente, mecidos por un viento que sólo a ellos movía. El vapor de agua lo cubría todo, haciendo difícil escudriñar los peligros lejanos. Peligros que ninguno de ellos subestimaba ya. En el mapa podía leerse en una perversión del davek: “cuidado con la Tribu del Fuego”.

Mosh'urk estaba nervioso. No le hacían gracia esos siniestros “árboles”. El calor era insoportable, pero esta vez por húmedo, y a veces había que moverse de costado para atravesar las partes de la cueva más frondosas. Eran muy vulnerables allí. Cuando el camino se hizo impracticable, Mosh'urk desenfundó su hacha y asestó un tajo a un enorme hongo, antes de que Sombraoscura pudiese advertirle. El hongo estalló en una oleada de agua hirviendo, quemando la piel del dracónido. Su doloroso grito le hizo comprender que había puesto en advertencia a todo lo que pudiera esconderse en el pestilente bosque subterráneo.

- Por suerte no son venenosos. Sólo almacenan el agua caliente. Pero es fácil que estallen. Ten más cuidado la próxima vez – dijo Sombraoscura.

Una confusión de gruñidos les sobresaltó. Se escucharon ciertas explosiones a lo lejos, y un sendero de hongos empezó a tambalearse en su dirección. Los aventureros se prepararon, sin saber muy bien a qué se enfrentaban. De repente, se abrieron las setas ante ellos, y un grupo de fornidos salvajes hicieron su aparición. Su piel era de color marrón oscuro, apenas iban vestidos, y blandían toscas armas hechas de madera y piedra. Tenían grandes orejas deformes y puntiagudas, y sus ojos, completamente negros, no parecían mirar a ninguna parte. Sombraoscura comprendió inmediatemente que estaban ciegos. Marcas hechas de forma salvaje con un cuchillo, en forma de llama en sus pechos, les hicieron comprender que eso era la tribu del fuego.

- Urrrgh – habló el más inteligente de ellos, con un collar de dientes al cuello. - ¡Nosotros mataros y comeros!

- Tribu del Fuego – intentó decir Mosh'urk, y por un momento atrajo su atención. - Dejadnos pasar y no os haremos daño.

- Uaurrurgh'ha – decía el mismo. Giraba la cabeza hacia las otras diez bestias, orientando el oído. Algunos echaban espuma por la boca, y entre ellos se peleaban para estar cerca de la acción. - Míos están nerviosos. Nosotros ganas de pelea. UGAA-NA-HAKA!

Y cuando dijo esto, una brutal pelea empezó. Linngan se escabulló rápidamente, mientras Mosh'urk se adelantaba a contener a las criaturas ciegas. Rápidamente empezaron a lloverle golpes al guerrero, y apenas había espacio para luchar. Sombraoscura desapareció en una nube de moscas y libélulas, intentando distraerlos con ponzoñosas picaduras y mordiscos. Viktor cogió distancia para pensar. Había perdido de vista a Linngan.

Sin embargo, en medio de la confusión reinante, algunos de los monstruos desaparecieron. El eladrín estaba haciendo su trabajo. Viktor vio la ocasión perfecta: dos bestias al lado de un enorme hongo de sombrero rojo. Cargó un virote explosivo, apuntó y disparó. Con un sonoro estruendo, la seta estalló, fundiendo la gruesa piel de las bestias con agua flamígera. Entre la niebla vio al eladrín que le sonreía siniestramente. Se volvió para ver como uno de los bersérkers que portaba una enorme hacha de sílex estaba a punto de golpear a Mosh'urk. Un golpe potentísimo con su brazo mecánico lo mandó volando por los aires hasta incrustarlo en el tronco elástico de una seta grande, haciéndole gritar de dolor, el tiempo justo que Mosh'urk necesitaba para blandir su hacha en lo alto y, con un golpe devastador, cercenar el brazo del único que sabía hablar. Ya no había ninguno en pie. Se escucharon gritos, y el bosque de hongos se removió por última vez. Un zumbido de insectos cesó, y de entre las setas volvió Sombraoscura, componiendo su túnica para taparse su descubierto brazo derecho.

No tardaron mucho en salir del bosque, pero las heridas pasaban ya factura. Los túneles habían cambiado: ahora se trataba de pasadizos estrechos pero con techos altos; sin duda, arquitectura duérgar. Encontraron el puente y atravesaron la columna sobre el canal en medio de intenso calor. Las espiras que ascendían les tostaban y secaban la piel. Mosh'urk sacó de la mochila el odre de agua, pero las últimas gotas se evaporaban antes de acariciarle la garganta.

Al otro lado, en una sala cercana, encontraron un montón de cajas y gruesas telas. Linngan se coló por unas escaleras de caracol a curiosear. Para cuando volvieron a verlo, estaba desafiando una puerta de madera. Un chasquido de metal se oyó débilmente. Había roto la ganzúa. Oyeron un diálogo pesado al otro lado.

- Son duérgars – dijo Viktor. - Mejor vámonos.

Los pasillos parecían impracticables. Muchas voces se oían alrededor. Pensaron en improvisar algún disfraz para llegar al otro lado y ver cómo vivían los duérgar o si podían alcanzar las minas rebosantes de esclavos que Mosh'urk les había descrito. Pero al notar una comitiva de pasos en su dirección, su plan original se precipitó. Volarían el puente.

Se escondieron dentro de las cajas y bajo las telas, totalmente a oscuras. Cuando los duérgar aparecieron portando a un pobre hombre encadenado en mal estado, delgado y sucio, con la cabeza afeitada de forma salvaje y hasta con cortes de cuchilla, saltaron sobre ellos. No duraron mucho, y una esfera mágica lanzada por Viktor los frió vivos. El hombre estaba muy débil, y apenas podía hablar.

- Me temo que su destino es este altar en el mapa. Un sacrificio – la voz gélida de Linngan, que raras veces hablaba, no les producía calma. A veces pensaban que hacía mucho tiempo que no le habían oído hacer comentarios inspiradores. Si bromeaba, sus bromas siempre tenían un punto de crueldad.

- Destruyamos ese lugar. Los que pactan con diablos deben pagar sus crímenes – Mosh'urk no tardaba en lanzarse a ajusticiar a sus enemigos.

- Dadme tiempo, joven draco. Fabricaré algo que derribe los puentes. Cuando hayamos asegurado que Nido de Honor estará a salvo, nos enfrentaremos a los corruptos duérgar – les calmó Viktor.

Viktor se tomó su tiempo. Mientras ellos se mantenían alerta, improvisó un artefacto explosivo con lo poco que tenía: una esfera de latón con dos núcleos incandescentes, que al tocarse reaccionarían salvajemente. Pero lo más interesante era una especie de limo negro aislante, magnético, acuoso y pegajoso, que recubría la esfera.

- No es mi mejor versión. Esperemos que funcione. El dovo-drolk debería pegarse fácilmente a la roca. Debemos situarlo lo bastante abajo de la columna, cerca del magma. Cuando se caliente, el blando metal se fundirá, pero espero que antes lo haga el contenido y se mezcle.

- Muy acogedor. Colgarse de una precaria cuerda, cerca de la lava, balancearse sobre ella sin que se queme hasta encontrar un asidero en la pared, pegar ese trasto sin que antes te explote en la misma mano y todo eso rezando para que funcione. Y supongo que ya habéis pensado en alguien, ¿no? - Linngan se mostraba atraído por el reto.

- Eres el único que puede – rió Mosh'urk en una gran carcajada. - Yo te agarraré. Buscad la mejor cuerda, que no se deshilache.

No salió mal. Viktor señaló un lugar bajo la columna de piedra, difícil de alcanzar pero a la vez punto débil de la estructura natural. Mosh'urk confiaba en sus habilidades con las cuerdas. La intensa temperatura era lo único que le preocupaba. Linngan podía desmayarse fácilmente, o el trasto explotar antes de tiempo. Pero después de balancearse con gran sutileza, Linngan pegó el artefacto a la roca. El limo se escurrió de su mano sin dejar una sola marca. No se le oía. Mosh'urk empezó a tirar, preocupado. Cuando Linngan apareció, su cara estaba negra, y delgados jirones de piel se le caían del rostro, llevados por calientes corrientes de aire. Enseguida le dieron agua, pero su lengua y garganta estaban inflamadas. Pronto, como por arte de magia, la hinchazón bajó, y en su pelo había algo de hielo. Mosh'urk le ayudó a apoyarse y los tres retrocedieron rápido a la boca del puente, donde Sombraoscura se reunió con ellos. Había estado vigilando. Por el momento, la bomba no había estallado.

- Estoy bien. El fuego no calienta mis emociones fácilmente – dijo el eladrín.
- Interesante bendición – trató de animarle Viktor.
- No es una bendición. Es parte de mi promesa.

El lugar de sacrificios estaba claramente señalado en el plano. Se situaba al borde del segundo mar de lava, aún más grande que el primero que habían atravesado. Probablemente hubiera una salida hasta el mismo. Dejaron al prisionero descansando, escondido bajo las mantas de un segundo almacén, y se dirigieron con decisión al Altar Ardiente.

El pasadizo se hizo más grande de súbito. El rugido del fuego crepitante reverberaba con fuerza, a pesar de que todo indicaba que se encontraba lejos. Una entonación áspera, pero poderosa, recitaba un cántico monótono imbuyéndolo de una solemnidad oscura. A esta voz grave le siguió una débil y juguetona risa de mujer, y una frase que misteriosamente todos entendieron:

- Está bien, cariño, pero no es necesario que te esfuerces TANTO.

Se encontraban en una caverna embaldosada en la que los duérgar habían dispuesto algunos muros, que no dejaban ver demasiado. Linngan y Viktor desaparecieron rápidamente por la izquierda. Ante Mosh'urk, siempre decidido, se encontraban dos seres de piel de un color carmesí intenso, con cuernos, patas de cabra y una larga cola, calzados en gruesas armaduras que parecían hechas de ardientes piedras negruzcas, y con espadas largas con las que iban rozando el suelo, dejando tras de sí un reguero de sangre. Sabiendo que Sombraoscura le seguiría, se lanzó a por ellos. Los golpes hicieron mella en su dura piel, una vez más, pero los vaivenes brutales de su hacha despacharon a los diablos rápidamente. No era su destreza blandiendo el arma, sino su furia descontrolada, su salvaje virtud. Y así, gritando fuego, atravesó el umbral.

Lo que el capitán vió le paralizó brevemente. Obeliscos de un extraño cristal conteniendo un humo azulado flanqueaban un pozo enrejado en medio de la sala. Más allá, ríos de sangre llevaban la vista hasta una pequeña tarima escalonada, cubierta de despojos humanos, en la cual se alzaba un altar rectangular, con los restos de la última víctima de los diabolistas, sujetas por grilletes con forma de puños esculpidos en plata azul. El muro que lo cubría albergaba un enorme triángulo isósceles, largo, con la punta hacia abajo, dividido en tres triángulos más pequeños: el símbolo de Asmodeo, príncipe de los Nueve Infiernos. A los lados del altar, se veía la enorme caverna en cuyo fondo hervía el mar de lava y, muy abajo y a través de los huecos del suelo, la Fortaleza de las Espiras. Contemplando el impenetrable océano de fuego, una figura baja en una brillante capa roja, con los brazos alzados, recitaba maldiciones, mientras las voluptuosas curvas de un seductor diablo, dándoles la espalda, tentaba sus corazones.



- Pero qué héroes más guapos... - se giró la diablesa. Verla por el frente resultó una experiencia aún más aterradora. Hasta el frío eladrín, escondido entre las sombras, castigado a reprimir sus emociones, notó cómo su corazón casi se le salía del pecho. - ¿Qué habrán venido a buscar? Pero si lo tienen todo... ¿Y no es cierto que es mi señor el único capaz de cumplir sus tan elevados deseos?

El hechizo era poderoso. Con celo por alcanzar al súcubo, vieron cómo la figura que entonaba los cánticos que habían escuchado desde lejos se giraba. Era un duérgar, pero su expresión era inexistente. La cautivación por el diablo era total. Por un momento, todos creyeron poder poseer a la lasciva criatura, y al acercarse, la perdieron de vista. En el lugar donde antes estaba, había ahora otro sacerdote, idéntico al primero. El hechizo cesó, pero una fuerza aún mayor les atrapó por completo. Viktor se dio cuenta de que habían atravesado el símbolo que señalaba el umbral del sacrílego templo.

Mosh'urk fue el primero en caer. Despedazando incansablemente a los férreos guardianes infernales que salían del pozo en legión, sintió cómo su mente se vaciaba. El símbolo del muro, entre vapores de ceniza y fuego, le exigía lealtad. Sujetó con fuerza su hacha y se volvió a sus compañeros que se habían quedado atrás, con una mirada amenazadora.

Sombraoscura trató de contenerle, a la par que sumía a los engendros del pozo en una nube devoradora aún más numerosa que ellos mismos. Viktor trató de acercarse a los duérgar, pero rápidamente los diablos le cerraron el paso. Sólo Linngan pudo acercarse lo suficiente. Y entonces, de repente, el súcubo apareció ante sus ojos. El eladrín quedó paralizado por un momento, y entonces el diablo le besó.

Había ganado, ya era suya para siempre. Aunque su instinto le impedía sucumbir al orden del señor infernal, la lujuria no le parecía un pecado demasiado grave, siempre podría disfrutarla luego. Su mente libre fluía de nuevo, pero a la súcubo se la llevaría con él. Se acercó al altar y, alzando a Sidheoona, trató de partir la roca por la mitad. Pero, aunque el hielo empezó a cubrirlo, no se rompió.

Pronto la confusión era total. El diablo danzaba entre ellos, provocando que se peleasen y la defendiesen. La legión surgida del pozo les infligía poco a poco heridas terribles que ellos apenas eran capaces de notar. Y, cuando no, sentían el poder prometido por el señor infernal. El precio a pagar les parecía razonable: sólo tenían que matar al alquimista, al draco furioso, al elfo de aspecto enfermo. Linngan trataba en vano de liberar a sus compañeros del hechizo. Ellos se iban acercando, bailando la danza de la tentación, y sabía que cuando estuvieran cerca, su amada le reclamaría que le mostrase su valor.

Cuando Viktor estuvo cerca, al borde del precipicio, el hechizo se rompió. El diablo tomó forma de nuevo y, dirigiendo la vista a la Fortaleza de las Espiras, le dijo:

- Fue bonito mientras duró, cariño. Pero todavía tengo muchos hombres que atender.

Y, diciendo esto, trató de empujarlo a una caída mortal. La razón de Viktor reaccionó un segundo antes y, aposentándose en el suelo, recuperó el equilibrio justo a tiempo, quedando arrodillado al borde del precipicio.

- Linngan, ¡hazlo ya!

El eladrín dispensó el golpe. El hielo que cubría el altar, sin fundirse en el acto a pesar del horrendo calor, había penetrado hasta los cimientos. Sidheoona separó su obra, y la roca se partió limpiamente, esparciéndose por el suelo ensangrentado. El hechizo cesó. Sombraoscura recuperó su forma, y Mosh'urk vio al único enemigo que quedaba por decapitar.

- Linngan, no te pongas celoso – gritó socarronamente.

El eladrín se lanzó para impedir el golpe, y salió despedido contra el muro. Sin darse cuenta, había salvado la vida al súcubo. Vieron a la criatura volando sobre el mar de fuego, rumbo al negro ziggurat que los duérgar llamaban la Fortaleza de las Espiras. Una marabunta de voces negras empezó a oírse desde los pasadizos por los que habían venido.

- ¡Corred! - gritó con una voz inusualmente potente el alquimista, comprendiendo lo que iba a pasar. Sombraoscura se había rehecho rápidamente, e iba en cabeza. Linngan, que ya había olvidado sus deseos tan pronto como caen las hojas del otoño, se puso en pie de un salto. Sólo el dracónido y el ingeniero, menos ágiles, corrían desesperadamente. Al cruzar el umbral, siguieron por los pasillos que llevaban a la torre sobre el canal y, en la otra dirección, al Bosque del Fuego. Tenían que evitar que los duérgar les cerraran el paso antes de dejar ese cruce atrás. Si no, no podrían salir. Justo al volver la esquina, los vieron.

Desde la encrucijada se divisaba la columna de roca y, al otro lado y cruzando los puentes, la turba duérgar. Los diabolistas se encontraban ya cruzando y, justo cuando estaban pisando el puente más próximo, un chasquido detuvo el tiempo. Los duérgar se miraron extrañados y, un segundo más tarde, un enorme estruendo sacudió la torre, mandándolos por los aires en una explosión de fuego amarillo y azul. La torre se inclinó, y los que quedaban en ella y no habían muerto abrasados, se agarraron desesperadamente antes de que la estructura venciese y se precipitasen a la lava incandescente. Viktor sonrió estúpidamente, antes de que el techo del pasadizo cayera sobre ellos como una cortina, impidiéndole disfrutar del espectáculo.

No tardaron en llegar al puente que llevaba al mausoleo de los Baol. En silencio y exhaustos, empezaron a cruzarlo, satisfechos por la batalla que habían librado. Pero enseguida notaron que faltaba uno. Se volvieron hacia el extremo por el que habían empezado a atravesarlo. Era Sombraoscura.

- Adiós – les dijo a través de su máscara de madera blanquecina. Ésta era lo único que se podía ver en contraste con la negrura de la boca abierta del túnel por el que habían vuelto.

- ¿A dónde vas? - Mosh'urk, el más preocupado por su marcha, le preguntó por todos. Sabía que, cualquiera que fuera el sitio al que fueran ahora, el misterioso elfo oscuro les sería más que útil.

- Los espíritus me llaman – dijo entre seguro, expectante y preocupado. - Y debo responder. Sus voces se parecen mucho a la mía. Tienen un encargo para mí. Pero cuando lo cumpla, volveré.

Y, dicho esto, la cara blanca se fundió en la oscuridad.

lunes, 20 de octubre de 2014

Agitando el nido

Habían capturado a su presa. El alquimísta, más hierro que carne, mantenía contra el barro al sacerdote de ojos serpentinos, gracias a su pesado brazo. Su compañero dracónido aferraba con fuerza su hacha, mientras se planteaba si debía ejecutar al traidor ahí mismo o era necesario esperar a haberlo interrogado.

Los habitantes de Nido de Honor habían perdido al regente, y el mismo día la máscara del sacerdote había caído. Habían colapsado dos de los últimos pilares que impedían que la ciudad cayera sobre el abismo. Tras la persecución por las calles abarrotadas de niños y ancianos no podrían ocultarlo y pronto los murmullos devorarían los restos de la urbe.

Y nada ocurriría. A nadie le importaría. Algunos añadirían nuevos lamentos a los muchos que ya cargaban y seguirían arrastrando sus miserables vidas sin hacer nada por cambiar el destino de su condenado hogar.

Cuan distinta era Tesala, que había buscado solo la supervivencia. Enemigos la habían asediado a ambos lados de sus murallas, e incluso dentro de ellas, y en ningún momento habían dejado de luchar. Incluso aquellos que habían perdido toda esperanza se habían atrincherando, cobrando cara su vida. Había imaginado que los habitantes del nido serían incluso más fieros, similares a su bravo compañero que era uno de ellos. No podía haberse equivocado más.

Nido de Honor era una carcasa desprovista de toda gloria, cuyos habitantes habían renunciado a cualquier virtud que alguna vez poblara sus corazones. Los poderosos dragones se habían convertido en repugnantes babosas que no hacía más que arrastrarse, voluntariamente ciegas al hecho de que pronto serían todas aplastadas. Incluso habían dejado morir al único entre ellos que había seguido luchando. Habían sacrificado su regente a un dios sin nombre ni rostro, desechando sus esfuerzos por protegerlos.

Aquella visión de decadencia no mejoraba la frustración que había sentido desde la audiencia con el Tirano. Desde que le fue entregada Sidheoona. Ahora la portaba a ella y los demás dones del invierno y nada podía hacer con ellos.

Su plan había llegado mucho más allá de lo previsto. Quiso crear historias para traerlas de vuelta a su pueblo. Sin embargo las historias habían tomado iniciativa propia, precediéndole y creciendo sin su ayuda y lo habían convertido en un campeón entre los suyos a base de mentiras demasiado inquietas para permanecer no contadas. Más no se podía engañar a las Tierras Salvajes. Suyas eran la potestad que le había ungido y las fuerzas que ahora esgrimía, y sin embargo nada había demostrado para merecerlas.

Puede que no se tratara de lo que había conseguido, sino de lo que debía lograr. Para la eternidad no hay diferencia entre lo que ha sido y lo que será. El premio había precedido a la hazaña que se lo otorgaría, nada más. Pero de ser así, ¿qué ocurriría si fallaba? ¿Qué ocurriría si triunfaba?

Una causa que desconocía le había arrebatado la libertad de la que una vez había disfrutado sin que hubiera podido decidir sobre ello. Mientras que aquellas criaturas que se llamaban a si mismas honorables, voluntariamente habían renunciado a toda gloria para volverse esclavos del miedo y la venganza. La carcasa del nido colapsaba poco a poco y los polluelos no hacían más que devorar sus restos.

Entonces lo recordó. Solo la mención de los dragones había agrietado la perpetua expresión del Tirano. El más grande entre ellos había reaccionado solo ante la posibilidad de su retorno. Tal vez aquella fuera la clave.

Ya que a los honorables no les preocupaban sus vidas iba a tomarlas y arrojarlas al abismo de incertidumbre junto al que se balanceaban. Si caían encontrarían una muerte rápida, un acto de misericordia que pondría fin a la larga agonía de una lamentable existencia. Pero si querían evitar su extinción no les quedaba otra opción que alzarse sobre aquellos enemigos que los estaba consumiendo. Si querían salvarse tendrían recuperar su honor. Tendrían que volar.

Podía verlo: un ejercido levantado de sus propias cenizas, contra todo pronóstico triunfando frente a las adversidades que prácticamente lo habían aplastado. Sus corazones estarían llenos del valor del que sabe que ha logrado lo imposible. Serían una inspiración y un reclamo para otros. La ciudad renacería y crecería, más poderosa de lo que fue.

Pero no podían asestar el golpe final. Se encargaría de ello. Si conseguía que despertaran y marcharan contra Nido de Venganza sería  él quien asestara el último golpe, De esta forma habrían recuperado su honor y estarían en deuda con él. Y aquellos atados por el honor están condenados a pagar sus deudas.

No solo eso. Además se les habría privado de probar su valía, de demostrar su reforjado orgullo. Estarían sedientos de una nueva batalla.

Llegado el momento podría valerse de un ejército así. Sería más sencillo si su compañero conseguía sentarse en el trono, pero no era necesario. Triunfar sobre un caso imposible sería muestra de que tenía alguna oportunidad de enfrentarse al Tirano y además dispondría de una herramienta más para ello. Un ejercito de dragones mortales. Una mezcla de lo que el Tirano respetaba y despreciaba.

Entonces sonrió mientras mantenía el filo de Sidheoona sobre el cuello del sacerdote. Estaba agradecido a su enemigo por haberle inspirado. Pronto un baile iba a empezar.

lunes, 6 de octubre de 2014

Sueños Arkoshianos


Aire libre, una vez más. Sak-rafi estará bien, Nido de Honor volverá a ser lo que fue. Después de salir de Tan Akraen y despedirme de Kuldan, puedo sentir el limbo soleado que me baña. El sol reconstruye un paisaje desolador pero exótico. Al fondo un fuego púrpura y mas allá el abismo, con sus ingenieros sobrepasando la realidad. Mosh'urk esta paralizado ante el acercamiento de una gran legión de dracónidos allí abajo, observa el filo de una hacha ya curtida, en que lado puede estar la decisión con la encrucijada.



Observo mi magullado cuerpo, inmóvil delante de una zig-zageante calle que baja a las ya ruinas del templo. Me dirijo a Lingan y le comento, los dracónidos amamos la fe en nuestra raza independientemente de ser malignos o buenos. La muerte de Kas-far demuestra que tenemos un enemigo en nuestro interior y como raza que somos, lucharemos para traer la paz. Porqué el destino te trae humanos como Viktor, creador de seres. No siempre lo podemos ver con tu fría mirada. Tranquilamente me vuelvo y el artificiero queda a mi izquierda, le digo: ingeniero don de mecánicos y constructos, estoy completamente absorto por tus capacidades mágicas. Como señor de la guerra admiro la capacidad de generar, herramientas poderosas para poder, batallar por ejemplo(mientras hace una mueca a Lingan).



Sabéis donde está Sombra Oscura? En la oscuridad magmática. En el paraje perdido Arkoshiano del submundo, vagando por un sin fin de cavernas vomitando lava. No debemos preocuparnos por él, hará su trabajo. Me dirijo a Lingan de nuevo: Es hora de interrogar al prisionero humano, tal vez allá bajo podamos sacar provecho. Viktor, sabes esas torres con ruedas que asediaban castillos?



Es mediodía y me dirijo hacia la zona comercial, hay poca gente en la calle, la mayoría estarán comiendo, puedo ver un par de dracónidas amarillas con un enano calvo, de barba negra y embutido casi totalmente en latón que camina toscamente, pero ellas parecen seguirle.. ahora lo entiendo. Estoy delante de la Cola Espinada, demasiada memoria colapsada en treinta años de vida.



Sigo calle abajo donde el fuego áspero queda a mi derecha, aún puedo ver el ejército acercándose por el horizonte. Solo unos dracónidos distraen volando con aparatos alados, esto es sólo el comienzo...