Linngan degolló a su nervioso adversario. Era rápido, pero a veces
hacía movimientos innecesarios. Era todo lo que él necesitaba. Un
golpe más veloz que cualquier anticipación, y de la herida seca del
cuello del elfo albino no brotaba ya sangre, sino escarcha. Se giró
hacia sus compañeros, al borde del precipicio que daba a la lava.
Mosh'urk reparaba en las heridas de Viktor. Su cara era pálida, y
parecía mareado. El veneno de los elfos oscuros corría por sus
venas.
- Tranquilos, me pondré bien – decía con voz lenta y temblorosa.
- Nada que mis injertos punzantes no puedan filtrar.
- Claro que te pondrás bien – respondió Mosh'urk con voz grave. -
Estos desdichados no eran gran cosa. Probablemente intentaron
aprovechar nuestro momento de respiro mientras atravesábamos el
puente. Oportunistas. Pero mis ganas de partir cráneos de enano
infecto siguen intactas.
Sombraoscura volvía de entre los restos de un grupo de elfos. Le
habían visto quitarse la máscara, pero de nuevo tapaba su rostro.
- Son más que eso, me temo. Son como yo. Rawin estaba en lo cierto.
Hay más.
No estaba nervioso, pero sí pensativo. Los cuatro revisaron los doce
cuerpos, y siguieron la marcha.
Según indicaba el mapa del explorador duérgar, pronto debían
encontrar el canal que unía las dos grandes cavernas. Pero no
parecía haber sendero hasta allí. Mosh'urk fue el primero en
llegar, y el calor empapaba su rostro al decirles:
- No podemos cruzar por aquí. No hay roca donde asirse. Pero he
visto una columna de piedra en medio del canal.
Todos bordearon el repliegue, y desde una repisa de piedra
contemplaron la fuerza del magma. Salpicaba una alta isla de piedra
justo en el centro del canal, que los duérgar habían dotado de
parapetos de piedra, a modo de torre. Dos puentes de piedra negruzca
la unían a las cuevas por un lado y, por otro, a lo que el mapa se
refería como territorio de los duérgar. Olas de magma hirviente
salpicaban la base de la torre.
- Un buen embudo. Apuesto a que si lo derribamos, retrasaremos a los
enemigos de mi pueblo – interrumpió Mosh'urk.
- Puedo hacerlo. Un artefacto explosivo. Sólo dadme tiempo –
respondió seguro Viktor.
Los aventureros regresaron por el borde del mar de lava en el que los
elfos les habían atacado, y encontraron un túnel. Antes de
adentrarse en el Bosque del Fuego, intentaron descansar en una
tranquila caverna. Sin embargo, la presencia de unos huevos púrpuras
del tamaño de un puño grande les alarmó, y más aún los restos
babosos de la cueva y unos cascarones abiertos.
- Son gusanos, creo. Quizá serpientes. Seres reptantes. Pueden haber
crecido mucho desde que salieron del huevo, pero no sé cuánto.
Tener
a Sombraoscura al lado era un alivio en este ambiente. Se desenvolvía
como pez en el agua. Lo que no dejaba de inquietarles, especialmente
a él, que nunca había estado aquí. Sus ojos no sufrían ningún
problema lejos del alcance de las antorchas. Sentía la presencia de
otras cavernas cercanas, como pedazos arrancados al gran cuerpo de
roca; sentía los pequeños seres vivientes que los rodeaban (hongos,
insectos y alimañas), y el aire enrarecido no aplastaba sus
pulmones. Ahora percibía una fuerte sensación de humedad. El Bosque
del Fuego se abría ante ellos.
Una vasta extensión de setas gigantes les recibía con inquietante
calma. Los hongos temblaban incesantemente, mecidos por un viento que
sólo a ellos movía. El vapor de agua lo cubría todo, haciendo
difícil escudriñar los peligros lejanos. Peligros que ninguno de
ellos subestimaba ya. En el mapa podía leerse en una perversión del
davek: “cuidado con la Tribu del Fuego”.
Mosh'urk estaba nervioso. No le hacían gracia esos siniestros
“árboles”. El calor era insoportable, pero esta vez por húmedo,
y a veces había que moverse de costado para atravesar las partes de
la cueva más frondosas. Eran muy vulnerables allí. Cuando el camino
se hizo impracticable, Mosh'urk desenfundó su hacha y asestó un
tajo a un enorme hongo, antes de que Sombraoscura pudiese advertirle.
El hongo estalló en una oleada de agua hirviendo, quemando la piel
del dracónido. Su doloroso grito le hizo comprender que había
puesto en advertencia a todo lo que pudiera esconderse en el
pestilente bosque subterráneo.
- Por suerte no son venenosos. Sólo almacenan el agua caliente. Pero
es fácil que estallen. Ten más cuidado la próxima vez – dijo
Sombraoscura.
Una
confusión de gruñidos les sobresaltó. Se escucharon ciertas
explosiones a lo lejos, y un sendero de hongos empezó a tambalearse
en su dirección. Los aventureros se prepararon, sin saber muy bien a
qué se enfrentaban. De
repente, se abrieron las setas ante ellos, y un grupo de fornidos
salvajes hicieron su aparición. Su piel era de color marrón oscuro,
apenas iban vestidos, y blandían toscas armas hechas de madera y
piedra. Tenían grandes orejas deformes y puntiagudas, y sus ojos,
completamente negros, no parecían mirar a ninguna parte.
Sombraoscura comprendió inmediatemente que estaban ciegos. Marcas
hechas de forma salvaje con un cuchillo, en forma de llama en sus
pechos, les hicieron comprender que eso era la tribu del fuego.
-
Urrrgh – habló el más inteligente de ellos, con
un collar de dientes al cuello.
- ¡Nosotros
mataros y comeros!
- Tribu del Fuego – intentó decir Mosh'urk, y por un momento
atrajo su atención. - Dejadnos pasar y no os haremos daño.
-
Uaurrurgh'ha – decía el mismo. Giraba la cabeza hacia las otras
diez bestias, orientando el oído. Algunos
echaban espuma por la boca, y entre ellos se peleaban para estar
cerca de la acción. - Míos están nerviosos. Nosotros ganas de
pelea. UGAA-NA-HAKA!
Y cuando dijo esto, una brutal pelea empezó. Linngan se escabulló
rápidamente, mientras Mosh'urk se adelantaba a contener a las
criaturas ciegas. Rápidamente empezaron a lloverle golpes al
guerrero, y apenas había espacio para luchar. Sombraoscura
desapareció en una nube de moscas y libélulas, intentando
distraerlos con ponzoñosas picaduras y mordiscos. Viktor cogió
distancia para pensar. Había perdido de vista a Linngan.
Sin
embargo, en medio de la confusión reinante, algunos de los monstruos
desaparecieron. El eladrín estaba haciendo su trabajo. Viktor vio la
ocasión perfecta: dos bestias al lado de un enorme hongo de sombrero
rojo. Cargó un virote explosivo, apuntó y disparó. Con un sonoro
estruendo, la seta estalló, fundiendo la gruesa piel de las bestias
con agua flamígera. Entre la niebla vio al eladrín que le sonreía
siniestramente. Se volvió para ver como uno de los bersérkers que
portaba una enorme hacha de
sílex estaba a punto de
golpear a Mosh'urk. Un golpe potentísimo con su brazo mecánico lo
mandó volando por los aires hasta incrustarlo en el tronco elástico
de una seta grande, haciéndole gritar de dolor, el tiempo justo que
Mosh'urk necesitaba para blandir su hacha en lo alto y, con un golpe
devastador, cercenar el brazo del único que sabía hablar. Ya
no había ninguno en pie. Se escucharon gritos, y el bosque de hongos
se removió por última vez. Un zumbido de insectos cesó, y de entre
las setas volvió Sombraoscura, componiendo su túnica para taparse
su descubierto brazo derecho.
No tardaron mucho en salir del bosque, pero las heridas pasaban ya
factura. Los túneles habían cambiado: ahora se trataba de pasadizos
estrechos pero con techos altos; sin duda, arquitectura duérgar.
Encontraron el puente y atravesaron la columna sobre el canal en
medio de intenso calor. Las espiras que ascendían les tostaban y
secaban la piel. Mosh'urk sacó de la mochila el odre de agua, pero
las últimas gotas se evaporaban antes de acariciarle la garganta.
Al otro lado, en una sala cercana, encontraron un montón de cajas y
gruesas telas. Linngan se coló por unas escaleras de caracol a
curiosear. Para cuando volvieron a verlo, estaba desafiando una
puerta de madera. Un chasquido de metal se oyó débilmente. Había
roto la ganzúa. Oyeron un diálogo pesado al otro lado.
- Son duérgars – dijo Viktor. - Mejor vámonos.
Los pasillos parecían impracticables. Muchas voces se oían
alrededor. Pensaron en improvisar algún disfraz para llegar al otro
lado y ver cómo vivían los duérgar o si podían alcanzar las minas
rebosantes de esclavos que Mosh'urk les había descrito. Pero al
notar una comitiva de pasos en su dirección, su plan original se
precipitó. Volarían el puente.
Se escondieron dentro de las cajas y bajo las telas, totalmente a
oscuras. Cuando los duérgar aparecieron portando a un pobre hombre
encadenado en mal estado, delgado y sucio, con la cabeza afeitada de
forma salvaje y hasta con cortes de cuchilla, saltaron sobre ellos.
No duraron mucho, y una esfera mágica lanzada por Viktor los frió
vivos. El hombre estaba muy débil, y apenas podía hablar.
- Me temo que su destino es este altar en el mapa. Un sacrificio –
la voz gélida de Linngan, que raras veces hablaba, no les producía
calma. A veces pensaban que hacía mucho tiempo que no le habían
oído hacer comentarios inspiradores. Si bromeaba, sus bromas siempre
tenían un punto de crueldad.
- Destruyamos ese lugar. Los que pactan con diablos deben pagar sus
crímenes – Mosh'urk no tardaba en lanzarse a ajusticiar a sus
enemigos.
- Dadme tiempo, joven draco. Fabricaré algo que derribe los puentes.
Cuando hayamos asegurado que Nido de Honor estará a salvo, nos
enfrentaremos a los corruptos duérgar – les calmó Viktor.
Viktor se tomó su tiempo. Mientras ellos se mantenían alerta,
improvisó un artefacto explosivo con lo poco que tenía: una esfera
de latón con dos núcleos incandescentes, que al tocarse
reaccionarían salvajemente. Pero lo más interesante era una especie
de limo negro aislante, magnético, acuoso y pegajoso, que recubría
la esfera.
- No es mi mejor versión. Esperemos que funcione. El dovo-drolk
debería pegarse fácilmente a la roca. Debemos situarlo lo bastante
abajo de la columna, cerca del magma. Cuando se caliente, el blando
metal se fundirá, pero espero que antes lo haga el contenido y se
mezcle.
- Muy acogedor. Colgarse de una precaria cuerda, cerca de la lava,
balancearse sobre ella sin que se queme hasta encontrar un asidero en
la pared, pegar ese trasto sin que antes te explote en la misma mano
y todo eso rezando para que funcione. Y supongo que ya habéis
pensado en alguien, ¿no? - Linngan se mostraba atraído por el reto.
- Eres el único que puede – rió Mosh'urk en una gran carcajada. -
Yo te agarraré. Buscad la mejor cuerda, que no se deshilache.
No salió mal. Viktor señaló un lugar bajo la columna de piedra,
difícil de alcanzar pero a la vez punto débil de la estructura
natural. Mosh'urk confiaba en sus habilidades con las cuerdas. La
intensa temperatura era lo único que le preocupaba. Linngan podía
desmayarse fácilmente, o el trasto explotar antes de tiempo. Pero
después de balancearse con gran sutileza, Linngan pegó el artefacto
a la roca. El limo se escurrió de su mano sin dejar una sola marca.
No se le oía. Mosh'urk empezó a tirar, preocupado. Cuando Linngan
apareció, su cara estaba negra, y delgados jirones de piel se le
caían del rostro, llevados por calientes corrientes de aire.
Enseguida le dieron agua, pero su lengua y garganta estaban
inflamadas. Pronto, como por arte de magia, la hinchazón bajó, y en
su pelo había algo de hielo. Mosh'urk le ayudó a apoyarse y los
tres retrocedieron rápido a la boca del puente, donde Sombraoscura
se reunió con ellos. Había estado vigilando. Por el momento, la
bomba no había estallado.
- Estoy bien. El fuego no calienta mis emociones fácilmente – dijo
el eladrín.
- Interesante bendición – trató de animarle Viktor.
- No es una bendición. Es parte de mi promesa.
El lugar de sacrificios estaba claramente señalado en el plano. Se
situaba al borde del segundo mar de lava, aún más grande que el
primero que habían atravesado. Probablemente hubiera una salida
hasta el mismo. Dejaron al prisionero descansando, escondido bajo las
mantas de un segundo almacén, y se dirigieron con decisión al Altar
Ardiente.
El pasadizo se hizo más grande de súbito. El rugido del fuego
crepitante reverberaba con fuerza, a pesar de que todo indicaba que
se encontraba lejos. Una entonación áspera, pero poderosa, recitaba
un cántico monótono imbuyéndolo de una solemnidad oscura. A esta
voz grave le siguió una débil y juguetona risa de mujer, y una
frase que misteriosamente todos entendieron:
- Está bien, cariño, pero no es necesario que te esfuerces TANTO.
Se encontraban en una caverna embaldosada en la que los duérgar
habían dispuesto algunos muros, que no dejaban ver demasiado.
Linngan y Viktor desaparecieron rápidamente por la izquierda. Ante
Mosh'urk, siempre decidido, se encontraban dos seres de piel de un
color carmesí intenso, con cuernos, patas de cabra y una larga cola,
calzados en gruesas armaduras que parecían hechas de ardientes
piedras negruzcas, y con espadas largas con las que iban rozando el
suelo, dejando tras de sí un reguero de sangre. Sabiendo que
Sombraoscura le seguiría, se lanzó a por ellos. Los golpes hicieron
mella en su dura piel, una vez más, pero los vaivenes brutales de su
hacha despacharon a los diablos rápidamente. No era su destreza
blandiendo el arma, sino su furia descontrolada, su salvaje virtud. Y
así, gritando fuego, atravesó el umbral.
Lo que el capitán vió le paralizó brevemente. Obeliscos de un
extraño cristal conteniendo un humo azulado flanqueaban un pozo
enrejado en medio de la sala. Más allá, ríos de sangre llevaban la
vista hasta una pequeña tarima escalonada, cubierta de despojos
humanos, en la cual se alzaba un altar rectangular, con los restos de
la última víctima de los diabolistas, sujetas por grilletes con
forma de puños esculpidos en plata azul. El muro que lo cubría
albergaba un enorme triángulo isósceles, largo, con la punta hacia
abajo, dividido en tres triángulos más pequeños: el símbolo de
Asmodeo, príncipe de los Nueve Infiernos. A los lados del altar, se
veía la enorme caverna en cuyo fondo hervía el mar de lava y, muy
abajo y a través de los huecos del suelo, la Fortaleza de las
Espiras. Contemplando el impenetrable océano de fuego, una figura
baja en una brillante capa roja, con los brazos alzados, recitaba
maldiciones, mientras las voluptuosas curvas de un seductor diablo,
dándoles la espalda, tentaba sus corazones.
- Pero qué héroes más guapos... - se giró la diablesa. Verla por
el frente resultó una experiencia aún más aterradora. Hasta el
frío eladrín, escondido entre las sombras, castigado a reprimir sus
emociones, notó cómo su corazón casi se le salía del pecho. -
¿Qué habrán venido a buscar? Pero si lo tienen todo... ¿Y no es
cierto que es mi señor el único capaz de cumplir sus tan elevados
deseos?
El hechizo era poderoso. Con celo por alcanzar al súcubo, vieron
cómo la figura que entonaba los cánticos que habían escuchado
desde lejos se giraba. Era un duérgar, pero su expresión era
inexistente. La cautivación por el diablo era total. Por un momento,
todos creyeron poder poseer a la lasciva criatura, y al acercarse, la
perdieron de vista. En el lugar donde antes estaba, había ahora otro
sacerdote, idéntico al primero. El hechizo cesó, pero una fuerza
aún mayor les atrapó por completo. Viktor se dio cuenta de que
habían atravesado el símbolo que señalaba el umbral del sacrílego
templo.
Mosh'urk fue el primero en caer. Despedazando incansablemente a los
férreos guardianes infernales que salían del pozo en legión,
sintió cómo su mente se vaciaba. El símbolo del muro, entre
vapores de ceniza y fuego, le exigía lealtad. Sujetó con fuerza su
hacha y se volvió a sus compañeros que se habían quedado atrás,
con una mirada amenazadora.
Sombraoscura trató de contenerle, a la par que sumía a los
engendros del pozo en una nube devoradora aún más numerosa que
ellos mismos. Viktor trató de acercarse a los duérgar, pero
rápidamente los diablos le cerraron el paso. Sólo Linngan pudo
acercarse lo suficiente. Y entonces, de repente, el súcubo apareció
ante sus ojos. El eladrín quedó paralizado por un momento, y
entonces el diablo le besó.
Había ganado, ya era suya para siempre. Aunque su instinto le
impedía sucumbir al orden del señor infernal, la lujuria no le
parecía un pecado demasiado grave, siempre podría disfrutarla
luego. Su mente libre fluía de nuevo, pero a la súcubo se la
llevaría con él. Se acercó al altar y, alzando a Sidheoona, trató
de partir la roca por la mitad. Pero, aunque el hielo empezó a
cubrirlo, no se rompió.
Pronto la confusión era total. El diablo danzaba entre ellos,
provocando que se peleasen y la defendiesen. La legión surgida del pozo les infligía
poco a poco heridas terribles que ellos apenas eran capaces de notar.
Y, cuando no, sentían el poder prometido por el señor infernal. El
precio a pagar les parecía razonable: sólo tenían que matar al
alquimista, al draco furioso, al elfo de aspecto enfermo. Linngan
trataba en vano de liberar a sus compañeros del hechizo. Ellos se iban acercando, bailando la danza de la tentación, y
sabía que cuando estuvieran cerca, su amada le reclamaría
que le mostrase su valor.
Cuando Viktor estuvo cerca, al borde del precipicio, el hechizo se
rompió. El diablo tomó forma de nuevo y, dirigiendo la vista a la
Fortaleza de las Espiras, le dijo:
- Fue bonito mientras duró, cariño. Pero todavía tengo muchos
hombres que atender.
Y, diciendo esto, trató de empujarlo a una caída mortal. La razón
de Viktor reaccionó un segundo antes y, aposentándose en el suelo,
recuperó el equilibrio justo a tiempo, quedando arrodillado al borde
del precipicio.
- Linngan, ¡hazlo ya!
El eladrín dispensó el golpe. El hielo que cubría el altar, sin
fundirse en el acto a pesar del horrendo calor, había penetrado
hasta los cimientos. Sidheoona separó su obra, y la roca se partió
limpiamente, esparciéndose por el suelo ensangrentado. El hechizo cesó.
Sombraoscura recuperó su forma, y Mosh'urk vio al único enemigo que
quedaba por decapitar.
- Linngan, no te pongas celoso – gritó socarronamente.
El eladrín se lanzó para impedir el golpe, y salió despedido
contra el muro. Sin darse cuenta, había salvado la vida al súcubo.
Vieron a la criatura volando sobre el mar de fuego, rumbo al negro
ziggurat que los duérgar llamaban la Fortaleza de las Espiras. Una
marabunta de voces negras empezó a oírse desde los pasadizos por
los que habían venido.
- ¡Corred! - gritó con una voz inusualmente potente el alquimista,
comprendiendo lo que iba a pasar. Sombraoscura se había rehecho
rápidamente, e iba en cabeza. Linngan, que ya había olvidado sus
deseos tan pronto como caen las hojas del otoño, se puso en pie de
un salto. Sólo el dracónido y el ingeniero, menos ágiles, corrían
desesperadamente. Al cruzar el umbral, siguieron por los pasillos que
llevaban a la torre sobre el canal y, en la otra dirección, al
Bosque del Fuego. Tenían que evitar que los duérgar les cerraran el
paso antes de dejar ese cruce atrás. Si no, no podrían salir. Justo
al volver la esquina, los vieron.
Desde la encrucijada se divisaba la columna de roca y, al otro lado y
cruzando los puentes, la turba duérgar. Los diabolistas se
encontraban ya cruzando y, justo cuando estaban pisando el puente más
próximo, un chasquido detuvo el tiempo. Los duérgar se miraron
extrañados y, un segundo más tarde, un enorme estruendo sacudió la
torre, mandándolos por los aires en una explosión de fuego amarillo y azul. La
torre se inclinó, y los que quedaban en ella y no habían muerto
abrasados, se agarraron desesperadamente antes de que la estructura
venciese y se precipitasen a la lava incandescente. Viktor sonrió
estúpidamente, antes de que el techo del pasadizo cayera sobre ellos
como una cortina, impidiéndole disfrutar del espectáculo.
No tardaron en llegar al puente que llevaba al mausoleo de los Baol.
En silencio y exhaustos, empezaron a cruzarlo, satisfechos por la
batalla que habían librado. Pero enseguida notaron que faltaba uno.
Se volvieron hacia el extremo por el que habían empezado a
atravesarlo. Era Sombraoscura.
- Adiós – les dijo a través de su máscara de madera blanquecina.
Ésta era lo único que se podía ver en contraste con la negrura de
la boca abierta del túnel por el que habían vuelto.
- ¿A dónde vas? - Mosh'urk, el más preocupado por su marcha, le
preguntó por todos. Sabía que, cualquiera que fuera el sitio al que
fueran ahora, el misterioso elfo oscuro les sería más que útil.
- Los espíritus me llaman – dijo entre seguro, expectante y
preocupado. - Y debo responder. Sus voces se parecen mucho a la mía.
Tienen un encargo para mí. Pero cuando lo cumpla, volveré.
Y, dicho esto, la cara blanca se fundió en la oscuridad.