lunes, 20 de octubre de 2014

Agitando el nido

Habían capturado a su presa. El alquimísta, más hierro que carne, mantenía contra el barro al sacerdote de ojos serpentinos, gracias a su pesado brazo. Su compañero dracónido aferraba con fuerza su hacha, mientras se planteaba si debía ejecutar al traidor ahí mismo o era necesario esperar a haberlo interrogado.

Los habitantes de Nido de Honor habían perdido al regente, y el mismo día la máscara del sacerdote había caído. Habían colapsado dos de los últimos pilares que impedían que la ciudad cayera sobre el abismo. Tras la persecución por las calles abarrotadas de niños y ancianos no podrían ocultarlo y pronto los murmullos devorarían los restos de la urbe.

Y nada ocurriría. A nadie le importaría. Algunos añadirían nuevos lamentos a los muchos que ya cargaban y seguirían arrastrando sus miserables vidas sin hacer nada por cambiar el destino de su condenado hogar.

Cuan distinta era Tesala, que había buscado solo la supervivencia. Enemigos la habían asediado a ambos lados de sus murallas, e incluso dentro de ellas, y en ningún momento habían dejado de luchar. Incluso aquellos que habían perdido toda esperanza se habían atrincherando, cobrando cara su vida. Había imaginado que los habitantes del nido serían incluso más fieros, similares a su bravo compañero que era uno de ellos. No podía haberse equivocado más.

Nido de Honor era una carcasa desprovista de toda gloria, cuyos habitantes habían renunciado a cualquier virtud que alguna vez poblara sus corazones. Los poderosos dragones se habían convertido en repugnantes babosas que no hacía más que arrastrarse, voluntariamente ciegas al hecho de que pronto serían todas aplastadas. Incluso habían dejado morir al único entre ellos que había seguido luchando. Habían sacrificado su regente a un dios sin nombre ni rostro, desechando sus esfuerzos por protegerlos.

Aquella visión de decadencia no mejoraba la frustración que había sentido desde la audiencia con el Tirano. Desde que le fue entregada Sidheoona. Ahora la portaba a ella y los demás dones del invierno y nada podía hacer con ellos.

Su plan había llegado mucho más allá de lo previsto. Quiso crear historias para traerlas de vuelta a su pueblo. Sin embargo las historias habían tomado iniciativa propia, precediéndole y creciendo sin su ayuda y lo habían convertido en un campeón entre los suyos a base de mentiras demasiado inquietas para permanecer no contadas. Más no se podía engañar a las Tierras Salvajes. Suyas eran la potestad que le había ungido y las fuerzas que ahora esgrimía, y sin embargo nada había demostrado para merecerlas.

Puede que no se tratara de lo que había conseguido, sino de lo que debía lograr. Para la eternidad no hay diferencia entre lo que ha sido y lo que será. El premio había precedido a la hazaña que se lo otorgaría, nada más. Pero de ser así, ¿qué ocurriría si fallaba? ¿Qué ocurriría si triunfaba?

Una causa que desconocía le había arrebatado la libertad de la que una vez había disfrutado sin que hubiera podido decidir sobre ello. Mientras que aquellas criaturas que se llamaban a si mismas honorables, voluntariamente habían renunciado a toda gloria para volverse esclavos del miedo y la venganza. La carcasa del nido colapsaba poco a poco y los polluelos no hacían más que devorar sus restos.

Entonces lo recordó. Solo la mención de los dragones había agrietado la perpetua expresión del Tirano. El más grande entre ellos había reaccionado solo ante la posibilidad de su retorno. Tal vez aquella fuera la clave.

Ya que a los honorables no les preocupaban sus vidas iba a tomarlas y arrojarlas al abismo de incertidumbre junto al que se balanceaban. Si caían encontrarían una muerte rápida, un acto de misericordia que pondría fin a la larga agonía de una lamentable existencia. Pero si querían evitar su extinción no les quedaba otra opción que alzarse sobre aquellos enemigos que los estaba consumiendo. Si querían salvarse tendrían recuperar su honor. Tendrían que volar.

Podía verlo: un ejercido levantado de sus propias cenizas, contra todo pronóstico triunfando frente a las adversidades que prácticamente lo habían aplastado. Sus corazones estarían llenos del valor del que sabe que ha logrado lo imposible. Serían una inspiración y un reclamo para otros. La ciudad renacería y crecería, más poderosa de lo que fue.

Pero no podían asestar el golpe final. Se encargaría de ello. Si conseguía que despertaran y marcharan contra Nido de Venganza sería  él quien asestara el último golpe, De esta forma habrían recuperado su honor y estarían en deuda con él. Y aquellos atados por el honor están condenados a pagar sus deudas.

No solo eso. Además se les habría privado de probar su valía, de demostrar su reforjado orgullo. Estarían sedientos de una nueva batalla.

Llegado el momento podría valerse de un ejército así. Sería más sencillo si su compañero conseguía sentarse en el trono, pero no era necesario. Triunfar sobre un caso imposible sería muestra de que tenía alguna oportunidad de enfrentarse al Tirano y además dispondría de una herramienta más para ello. Un ejercito de dragones mortales. Una mezcla de lo que el Tirano respetaba y despreciaba.

Entonces sonrió mientras mantenía el filo de Sidheoona sobre el cuello del sacerdote. Estaba agradecido a su enemigo por haberle inspirado. Pronto un baile iba a empezar.

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